Justo hoy se cumplen tres semanas desde que la Presidenta Michelle Bachelet pronunciara el discurso del “realismo sin renuncia” para iniciar el segundo tiempo de su segundo mandato. En ese discurso la Mandataria nos notificó al menos dos cosas: que se daba por enterada de que Chile atravesaba por un frenazo económico (no dijo que era el más severo en 30 años, pero algo es algo); y que esa situación exigía modificar su plan de reformas para adaptarlo a un nuevo escenario.

Para los bien pensados las interpretaciones se extendieron hasta el infinito: que se estaban dando señales de sensatez; que se notaban ya las manos de los Tres Reyes Magos, Eyzaguirre-Burgos-Valdés; que con este giro en la hoja de ruta, la Presidenta Bachelet recuperaba su estatura de líder; que esto era el triunfo definitivo de la Concertación 2.0 (Lagos, Insulza, Escalona, etc.) y el fracaso de la retroexcavadora (el PPD, el PC y la bancada estudiantil completa). Y cuando Andrés Velasco fue invitado a La Moneda, a la constitución del Comité Asesor de la Productividad, el aplausómetro se elevó incluso un poco más.

Los que en política hemos aprendido que cuando se piensa mal se acierta, en cambio, fuimos algo más cautelosos: escuchamos a la Presidenta Bachelet, observamos la reacción de la Nueva Mayoría y esperamos señales concretas del gobierno.

Creo que no nos equivocamos: nada distinto de lo que pasó los 16 meses anteriores, ha pasado en estas tres semanas: las reformas siguen adelante y de manera cada vez más improvisada (como vimos con Carrera Docente y como, me temo, veremos en la reforma de desmunicipalización de la educación); salvo el discurso que reconoce en el crecimiento de la economía un valor clave para la equidad, no conocemos un plan concreto para recuperar los 16 meses de desastre de nuestra economía; no se conocen tampoco plazos y metas para ninguno de los compromisos que se adoptan; y, peor aún, en este tiempo el gobierno se ha dado el lujo de abrir incluso nuevas incertidumbres y de multiplicar sus zigzagueos respecto de temas que, entendíamos, estaban ya definidos.

Han sido tres semanas en las que el gobierno ha ido perdiendo progresivamente el control sobre su agenda, entre las indefiniciones que a diario transmiten sus ministros, la evidente falta de convicción de la Presidenta Bachelet respecto del rumbo que quiere o no quiere darle a Chile y entre los pataleos furiosos de un importante sector de la Nueva Mayoría que prefiere recrear una realidad paralela y no la que nos toca vivir a usted y a mí (con inflación de 4,4%, crecimiento del 2% y desempleo rumbo al 7%). Una muestra de esa mirada paralela: Camila Vallejo decía hace pocos días que el Ministro de Hacienda operaba para “tranquilizar al empresariado” y que “da lata poner en duda el cumplimiento del programa porque no estamos creciendo como antes”.

Es difícil entender cuál es el rumbo que está siguiendo un gobierno cuando en alta mar su capitana y la tripulación tienen a la vista una hoja de ruta borrosa que, además, sus marineros se niegan a seguir, porque prefieren la ruta de la tormenta, con la promesa del paraíso perdido en alguna isla de algún lugar que, al menos hasta ahora, nadie ha podido encontrar en el planeta.

El gobierno multiplica las preguntas sin respuesta o con respuestas vagas o que cambian día por medio. ¿De qué manera aspira a cumplir su compromiso de priorizar la recuperación económica? ¿Cuál es el plan B en materia de empleo? ¿Seguir multiplicando los puestos de trabajo en el aparato público, como en estos 16 meses?

¿Cuál es la agenda del gobierno para enfrentar la delincuencia? Hasta ahora, más allá de la cumbre con las policías, el Poder Judicial y el Ministerio Público para analizar los nudos que mantienen en la impunidad a 95 de cada 100 asaltos (nada muy distinto de lo que se venía haciendo hasta que fue paralizado en marzo de 2014 por el ex ministro Peñaillillo), no hay avances concretos. La “agenda corta” antidelincuencia se arrastra por meses en la Cámara y ni siquiera ha pasado el primer trámite, a contra pelo de la voluntad de la Nueva Mayoría, que digámoslo, nunca se ha sentido cómoda aprobando leyes represivas contra los delincuentes.

¿Cómo sigue la reforma educacional? ¿Está definida la fórmula de la gratuidad en la educación superior? ¿Qué explicación dará el gobierno a 330 mil alumnos vulnerables de universidades privadas e institutos profesionales que excluirá de la gratuidad? ¿Se calculó ya el costo, los mecanismos y los tiempos para la desmunicipalización, a un mes de cumplirse el plazo para enviar el proyecto?

¿Qué es exactamente y cómo se va a implementar el “proceso constituyente”, que se inicia dentro de un mes? ¿Cuál es la orientación de la Nueva Constitución a la que aspira la Presidenta Bachelet, más allá de la fórmula para sancionarla? Probablemente exasperados por la incapacidad de su propio gobierno de abordar un tema de semejante envergadura, hasta los senadores Montes, Harboe y Araya le han pedido certezas.

¿Qué se va a hacer con la reforma tributaria? ¿Persistirá el Ministerio de Hacienda explicando a los contribuyentes las cientos de dudas a través de las circulares del Servicio de Impuestos Internos? ¿Le parece normal al gobierno que en una semana se emitan 55 circulares de esa naturaleza? ¿O está evaluando un proyecto de ley para resolver los problemas severos que presenta su aplicación?

Esas son las respuestas que los chilenos esperan del gobierno y de la Nueva Mayoría, mucho más allá de sus disputas ideológicas y pasadas de cuenta internas. En el enésimo cónclave oficialista del último año y medio, el próximo lunes, quienes han recibido el mandato popular de conducir a Chile por cuatro años tienen la obligación de aclarar todas esas dudas, sin eufemismos, sin responsabilizar a otros por sus incapacidades, sin recurrir a los viejos artilugios de siempre para explicar lo inexplicable.

El país no resiste más incertidumbre, los chilenos merecemos mucho más.

 

Isabel Plá, Fundación Avanza Chile.

 

 

FOTO: PEDRO CERDA/AGENCIAUNO

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