Esta semana el Presidente Sebastián Piñera presentó por cadena nacional un nuevo programa: Elige vivir sin drogas. Esta nueva política pública, que se basa en un exitoso modelo islandés, aspira a combatir el consumo de sustancias ilícitas en jóvenes, entregando herramientas a familias y comunidades escolares en términos de protección y prevención. El anuncio cobra especial relevancia cuando conocemos la realidad de nuestro país en torno al uso de drogas: los estudiantes chilenos son quienes lideran el consumo de alcohol en América ―estamos dentro de los diez primeros del continente― y también de marihuana, cocaína, pasta base y tranquilizantes.

Históricamente, este problema se ha abordado desde una óptica principalmente individual y prohibitiva, con propuestas de aumento de penas, campañas de concientización y programas de rehabilitación, pero sin poner los esfuerzos en lo que parece ser una dimensión igual o más relevante: la comunitaria. El uso de estas sustancias no solo daña la salud personal, sino que corroe y debilita los vínculos de numerosas comunidades humanas, desde el núcleo familiar hasta la vida de barrio. La drogadicción y el narcotráfico se toman espacios públicos, corrompen jóvenes, y aumentan la escala de violencia que se vive, sobre todo, en contextos de vulnerabilidad.

Por eso, para que este programa tenga alguna posibilidad de éxito, antes de buscar una implementación eficaz, es importante abordar las causas que explican este fenómeno social. ¿Por qué los índices de consumo en Chile son tan altos? ¿Quiénes son esos jóvenes que están consumiendo drogas? ¿De dónde vienen? ¿Cuáles son sus contextos familiares? Para responder estas preguntas, es importante salir de la lógica de que el consumo es una mera elección libre porque, querámoslo o no, los contextos condicionan y, en este caso, hay muchas personas que ingresan al mundo de la droga ―ya sea en términos de consumo o venta― porque ven una salida fácil a circunstancias de violencia intrafamiliar o pobreza extrema.

Hacer parte de la discusión política a quienes conocen este drama desde dentro, podría ayudar a que el desafío del oficialismo sea mucho más efectivo y realmente integral.

Y para conocer a cabalidad el problema es importante involucrar a quienes lo sufren. Durante años, muchas juntas de vecinos, clubes deportivos, colegios, municipios, y organizaciones de distinta índole han estado combatiendo esta problemática en sus barrios, ya sea desde el plano individual, trabajando por la rehabilitación, o desde lo netamente comunitario con la recuperación de espacios públicos y el fomento de actividades para jóvenes. Hacer parte de la discusión política a quienes conocen este drama desde dentro, podría ayudar a que el desafío del oficialismo sea mucho más efectivo y realmente integral.

La drogadicción es un problema social y, como tal, exige soluciones que lo aborden desde dicho ámbito. En ese sentido, lo que ha anunciado el gobierno respecto a la relevancia que el programa le otorgará a la familia y al fortalecimiento de colegios y comunidades que rodean a los jóvenes es un avance muy positivo en comparación a lo que se ha venido haciendo en este tema. Los desafíos son muchos, pero si el presidente Piñera se toma esta agenda en serio, puede comenzar a trazar un camino coherente con un relato que empatice con los dramas sociales, y, de paso, permita cambiarles la vida a miles de personas que, hoy por hoy, viven esclavos de la droga.

FOTO: SEBASTIAN BELTRANGAETE/AGENCIAUNO