Te puedes demorar un mes en decir que no, pero no te puedes demorar tres meses en decir tal vez. La negociación constitucional se retrasó tanto que, al final, se está llegando a su conclusión más por un asunto de decoro que por convencimiento.

Tarda en llegar a puerto el que no sabe dónde va

Hay demoras que significan más que el acuerdo al que se termina alcanzando por cansancio. Lo que hemos presenciado es una falla del liderazgo político muy amplio, tanto que no reconoce fronteras ni tiendas políticas.

Mientras no superemos esta deficiencia, la inestabilidad de nuestro sistema democrático seguirá siendo de preocupación. Los signos que evidencian este mal generalizado son muchos, pero bastará con destacar tres: la persistencia de la fragmentación política; el predominio de los liderazgos que se dejan conducir y la ausencia de objetivos superiores que ordenen los movimientos tácticos.

Uno de los elementos que explican la torpeza colectiva en llegar a acuerdos para la continuidad del proceso constituyente fue el más simple y fácil de comprobar: el tamaño de la mesa negociadora, que se asemejó más a una asamblea pequeña que a una reunión resolutiva.

Literalmente, en las reuniones se tuvo que instalar una segunda ronda de sillas alrededor de la mesa porque no cabían todos en igualdad de condiciones. Esto es para producir espanto porque no hay procedimiento de trabajo eficiente que resista semejante desatino.

Se entenderá que, como a nadie se le niega el ingreso a una sesión, todos pueden opinar y al hacerlo, los actores clave se ven subsumidos en un mar de opiniones inconducentes e innecesarias, con lo cual se pierde el hilo del debate a cada rato.

El acuerdo demoró mucho más por la cantidad de los que hablan, que por aquello de lo que han hablado. Semejante despropósito no se produce porque justo hayan coincidido los más ineptos de todos los bandos en una misma habitación de manera reiterada. Este procedimiento es representativo del estado de los partidos y las coaliciones.

Existen 15 partidos constituidos, 6 en formación y 6 en trámite, esto es más de lo que existía al principio de este gobierno, cuando ya lo que había parecía excesivo. Ahora tenemos la demostración práctica de lo que eso significa: en política un coro muy numeroso es siempre un coro desafinado porque implica que el director dejó de trabajar.

Sería risible sino resultara algo patético, pero incluso cuando se estaba llegando a acuerdo, este se demoró en concretar porque detalles ínfimos no podían dejar de ser afinados. Eso nos lleva al tema del liderazgo.

Conductores conducidos

Los que hemos participado en una decisión colectiva sabemos que se llega a un punto crucial cuando varias alternativas parecen igualmente válidas y posibles, pero de todas maneras se requiere dirimir para seguir avanzando.

Cuando eso sucede, el asunto se define por autoridad. Existen unas cuantas personas que tienen un mayor ascendiente sobre los demás, razón por la cual cuando dos o tres llegan a coincidir, los otros pueden ser muchos más, pero se pliegan al consenso de unos pocos que resultan ser muy significativos.

Eso nos falta ahora. Porque para decidir no bastan los puestos formales. Así, por ejemplo, cuando se llegó al punto de quiebre al que me refiero en el caso constitucional, se produjo una reunión entre el Presidente Boric y el líder más destacado de la oposición, el senador Macaya. ¿Qué sucedió? Pues, todo y nada.

Todo, porque llegaron a acuerdo y nada porque no fueron seguidos por los demás. De hecho, existían dos fórmulas posibles para despejar el punto muerto, atendiendo a lo planteado por el oficialismo y la oposición: se podía tener una Convención por completo electa, pero eso suponía que el Congreso se pronunciaba sobre el texto constitucional elaborado antes del plebiscito ratificatorio. Alternativamente, se podía tener una convención mixta (con presencia de expertos), pero eso hacía prescindible la ratificación del Congreso.

Boric y Macaya consensuaron la primera de estas fórmulas, y lo que la mesa negociadora terminó por aprobar fue la opción alternativa. Un desacople perfecto y una demostración irrefutable de ausencia de ascendiente sobre el proceso.

En el caso del gobierno, siempre hay que recordar que el liderazgo de Boric se construyó llevándole la contra a su sector político y, por supuesto, a su partido. La dirección colectiva de acciones no es la especialidad de la casa. Macaya no es hoy un líder indiscutido de su sector porque, de momento, nadie lo es. 

Lo más típico son los conductores conducidos, los que tienen como norte su aparición en redes sociales, por eso Chahuán llega a La Moneda con guitarra y por eso tantos desafinan.

El péndulo está funcionando otra vez

Llevamos varios gobiernos en un constante movimiento de péndulo, en el que la coalición gobernante termina siendo reemplazada en el poder por su opuesto. Cada administración suele decepcionar. Si los problemas que se presentan son muchos tiende a decepcionar más. 

A estas alturas, el gobierno de Gabriel Boric puede mostrar un desempeño muy mejorado de la mano del nuevo equipo político, en especial de sus ministras, pero eso no hará milagros.

El Gobierno es una minoría y experimenta todos los avatares de serlo en el día a día. Su relación con la derecha ha quedado muy afectada luego de una derrota tan contundente en el plebiscito anterior. Al mismo tiempo, la oposición no puede pretender teledirigir al Ejecutivo desde el Parlamento.

Si queremos estabilidad, el centro político está llamado a activarse, terminando con una fragmentación que se explica en medida importante por los perfilamientos para la próxima disputa presidencial.

Sin embargo, se está necesitando una mayor coordinación inmediata. No es anecdótico que fueran los sectores moderados los que han ayudado decisivamente a destrabar el acuerdo constitucional. Eso rompe inercias radicalizadas y abre la perspectiva de acuerdos prácticos transversales.

Este es el camino para seguir durante el proceso constituyente hasta su término. Lo mismo ha de hacerse en la tramitación de las principales reformas. Al centro político le va bien cuando privilegia sus coincidencias. El país necesita dos alternativas entre las cuales elegir. La derecha ya existe como opción y, al frente, los que van a terminar juntos sí o sí han de empezar a trabajar coordinados desde ya.

*Víctor Maldonado es analista político.

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