Escribo cuando han transcurrido 50 días de la inauguración del gobierno del Presidente Boric, quien obtuvo la más alta mayoría popular observada por un mandatario desde que nuestro país retornó a la democracia. Yo mismo vi, a través de la televisión, el triunfal viaje del recién asumido mandatario por la Alameda, los vítores de la multitud que acompañaban su paso y las genuinas muestras de apoyo del pueblo congregado en las inmediaciones del Palacio de La Moneda. Me recordó la entrada de los emperadores en la antigua Roma, donde el pueblo premiaba al gobernante por su triunfo y valentía en el campo de batalla, con estruendosas ovaciones hacia alguien que parecía estar cerca de los dioses; ciertamente para aquellos era alguien muy cercano a la divinidad.

Pero ahí ya había una diferencia: el emperador se hacía acompañar por unos seres de baja estatura que tenían una sola misión, indicarle al emperador al oído su origen fundamental: “Recuerda que eres humano”. Ciertamente aquel atardecer en Santiago no vi un remedo de aquella costumbre de tiempos antiguos y tal vez olvidados.

Solo transcurrieron 50 días y la caída en el apoyo popular es notoria. He visto en varios  sondeos de opinión una declinación de hasta 30 puntos. También ha habido una disminución del favor popular hacia varias figuras de su gabinete, empezando por su ministra del Interior, quien ha cometido errores políticos marcados y se ha expuesto no solo al fuego cruzado de declaraciones provenientes de la oposición, parlamentarios y analistas, sino también a balas de verdad, provenientes de una minoría que controla un extendido territorio en el sur del país. Ciertamente esa situación le ha valido a Izkia Siches un grado de impopularidad entre los ciudadanos que aprecian negativamente su inexperiencia y falta de habilidades políticas y ven con sorpresa que tanto su jefe como sus pares del gabinete intentan blindarla frente a su delicado cometido. Ya no es la primus inter pares.

Otros miembros del gabinete están corriendo la misma suerte, sobre todo uno que representa el poder en la sombra del Presidente y el hermano siamés del gobierno: la convención constitucional (CC), sigue el mismo derrotero, básicamente por no cumplir cabalmente el encargo que la ciudadanía le hizo.

¿Qué está pasando entonces? La autoridad no comprende o no es capaz de enfrentar dos preocupaciones que le afectan nítidamente: el descontrolado proceso inflacionario y la falta de orden público que se expresa con violencia en las principales urbes del país y principalmente en la capital, tal vez porque allí vive más gente.

La inflación de ahora es responsabilidad inicial de los parlamentarios que promovieron los retiros de fondos de pensiones. A ellos el actual ministro de Hacienda les advirtió, cuando ejercía como presidente del Banco Central, pero estos utilizaron este instrumento para buscar la reelección de sus cargos políticos. También varias figuras del gobierno, incluyendo al ahora Presidente de la República, votaron a favor los retiros, y ahora en una impresionante vuelta de carnero las rechazan, porque saben que no solo la gobernabilidad es amenazada por la falta de consistencia sino que el orden público y control de la  inflación son ingredientes fundamentales para seguir gozando del favor popular.

Se acabó la plata: se gastaron el año pasado unos 80.000 mil millones de dólares; 30.000 millones de gasto público y 50.000 millones de ahorros previsionales, de cuyo total unos 22.000 millones no se han utilizado, continúan guardados en cuentas del sistema financiero, demostrando con ello que la expansión elefantiásica no estuvo bien calibrada y que los instrumentos utilizados fueron erróneos.

La trayectoria de la inflación esperada, las tasas de interés cortas y largas utilizadas en el financiamiento de largo plazo, para la compra de viviendas propias por parte de la esforzada clase media luchadora y los jóvenes ha desaparecido, y el dólar muestra una trayectoria que podría sumarse a la inflación.

La fiesta de exceso de gasto, incluyendo la disminución de ahorro presente y futuro, nos muestra que si no se ordenan los objetivos, el futuro será sombrío, no habrá prosperidad y los chilenos más pobres sufrirán por los errores de una clase política egoísta e irresponsable.

*Alejandro Alarcón es economista.

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