El Santo Padre Francisco ciertamente sabe que la Iglesia en Chile atraviesa por un doloroso debilitamiento: disminución de bautismos, confirmaciones y matrimonios; han aumentado los fracasos matrimoniales; hay pocas vocaciones, en general, al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa. Se han aprobado leyes que debilitan la institución matrimonial y el derecho a la vida. Hay quienes, afirmando ser católicos, han apoyado iniciativas reñidas con la fe cristiana, desoyendo la voz de los legítimos pastores de la Iglesia.
¿Por dónde pasan las dificultades que enfrenta la Iglesia? ¿Por el debilitamiento de la fe? ¿Por la comodidad de aferrarse a las propias seguridades? El Papa Francisco nos dice: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”. La vida, en general, comporta riesgos que hay que afrontar. Sucede lo mismo en la vida de la Iglesia, por eso el Vicario de Cristo nos invita a no quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, a salir a buscar a nuestras ovejas siendo cercanos, misericordiosos, evitando el juicio y la condena, ya que sólo así las atraeremos de vuelta a casa. El Papa está convencido de que lo que necesita hoy la iglesia “es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones”.
Si la Iglesia, como institución, concede espacio a la libertad de los fieles, puede fortalecerse. La esperanza —inseparable de la fe— de que quienes, supuestamente, reciben los carismas del ser y actuar cristiano es la que permite creer y confiar en que abriéndose podrá atraer a sus fieles alejados. Si la Iglesia se cierra a la libertad, si desconfía sistemáticamente de los dones libremente otorgados por el Espíritu Santo, corre un riesgo no menos grave: el de enfermar, encerrándose en sí misma y en sus propias seguridades. Es lo que le está pasando a la Iglesia en Chile, se está dejando llevar por el miedo a abrirse a nuevas realidades buscando una estructura perfecta, pero que la hace perder vida y sintonía con la gente. Debe abrirse más a la gente, buscar a las ovejas y no esperar que las ovejas vengan a su pastor, una Iglesia de puertas abiertas, de innovar y salir a donde se están dando los debates de las ideas. Esa Iglesia tiene mucho que decir y enseñar.
Ha habido errores, silencios, dejaciones, que han producido dolor, desmotivación y alejamiento de la Iglesia. Todos somos conscientes de que el pasado no se puede cambiar. Sin embargo el Santo Padre —sin rastro alguno de aquel rencor por las heridas sufridas por la Iglesia que deforma la visión de algunos— nos ha anticipado por su viaje a Chile, en una actitud paternal, cercana, humilde, invitándonos a un encuentro de confianza en el Señor: “Voy hacia ustedes como peregrino de la alegría del Evangelio, para compartir la paz del Señor y confirmarlos en una misma esperanza”.
Nicolás Kipreos Almallotis
FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR /AGENCIAUNO