El reciente anuncio de que Rusia saldrá en 2024 del proyecto Estación Internacional Espacial (EII), creado en 1998, se venía prefigurando con roces y problemas previos, que incluso llevaron al anterior director de la agencia estatal a aseverar que podrían dejar caer restos de la misma en cualquier punto del planeta. Pero más que los problemas técnicos, lo sustantivo de la decisión la gatilla el aislamiento diplomático, comercial y científico de la Federación Rusa a raíz de la invasión a Ucrania. 

Aquí hay varios elementos importantes, entre estos, que los proyectos espaciales siguen siendo un área sensible de la tecnología aeroespacial, y que los intereses nacionales se cruzan con la perspectiva de qué va a pasar con el espacio ultraterrestre en un plazo mediano. Son evidentes el agotamiento del tratado vigente y la aparición de la militarización del espacio, así como perspectivas de explotación y privatización de los cuerpos celestes. Rusia, China, Estados Unidos y otros actores ven la posibilidad de “colonizar” la Luna, y otros incluso de explotar asteroides en busca de minerales raros. China y Rusia abordarán el proyecto de una Estación Científica Lunar, que proyecta la que ya tiene China. Así que, en términos de expansión ultraterrestre, no se ve ningún género de gobernanza posible que eluda los actos unilaterales de las potencias, y por cierto de Rusia, en relación al espacio y su acceso a recursos. 

Por otro lado, el retraso atribuido a Estados Unidos en materia de combustibles se está reduciendo, a la vez que tecnologías privadas de Space X, que están a la par que NASA, ponen vehículos espaciales para, por ejemplo, arribar y volver a la Estación Internacional.  Esta, que era financiada también por agencias japonesas, australianas y la Unión Europea, además de Estados Unidos y Rusia, no podrá ser reemplazada por Rusia sin apoyo chino y recién para el 2028. Y aquí se subraya que pese al avance espacial y de cohetes ruso, hay un problema de recursos, y si algunas tecnologías entran en asociación con China Popular harán más dependiente a Rusia que nunca, económica y tecnológicamente. 

Aunque Rusia está mirando hacia Asia como mecanismo de salida para la crisis con Europa, por ejemplo, con una ruta terrestre hacia India y el aumento del consumo chino de gas y petróleo, es obvio que un programa especial nuevo ya no será en igualdad de condiciones, sino en el contexto de ascenso chino a superpotencia. Rusia es una superpotencia estratégica (nuclear) y también militar y convencional, pero dista de tener atributos blandos atractivos para el resto del mundo, su parte del PIB global es discreto (del tamaño de Italia), y políticamente ha urdido una trama de países autoritarios más India y las simpatías soterradas de algunos actores árabes, pero no tienen simpatías en amplias zonas del mundo.

En el mundo que viene, Rusia seguirá siendo un actor militar, espacial y nuclear de primer orden, pero no podrá evitar que la diada se convierta en triada con una China galopante y único recurso para eludir las sanciones y aislamiento. En términos más generales, el proyecto de una Rusia dominante en Europa del Este y Central requiere una vinculación euroasiática más fuerte, del tipo pedido por Alexander Duguin, pero que vuelve nuevamente a Moscú un referente más asiático que europeo, y ahora subordinado a Oriente, como bajo los tiempos de la Horda de Oro. Es decir, una Rusia menos europea y más asiática. Y esto se refleja en todo el orden de las dimensiones de poder de una potencia: atributos políticos, militares, culturales, económicos y tecnológicos. La sobrestimación de Putin por el poder militar lleva a un engaño, ya mal enfrentado por otras potencias en la historia: Roma, España o Francia, de sobredimensionar las posibilidades dadas por las armas para transformar al mundo. Al fin y al cabo, Napoleón dijo que se podía hacer de todo con las bayonetas, menos sentarse en ellas. 

*Cristián Garay es historiador.

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