La presidenta Bachelet dijo el miércoles recién pasado que “hemos llegado a un periodismo del rumor, a un periodismo un poquito presa de las redes sociales”. Y, en cierta medida, no se equivoca.
Efectivamente, los profesionales de la comunicación del país llevan un buen tiempo dando muestras de anquilosamiento, falta de rigurosidad y ausencia muchas veces de un compromiso real con la verdad. No es algo generalizado ni mucho menos, pero –sólo por dar un ejemplo no político –la sumisa costumbre de cada primer lunes de marzo hablar de un “súper lunes” es un buen indicador de una fascinación lerda por ciertos pseudoeventos.
Parte de la responsabilidad de este escenario en el periodismo nacional es, por supuesto, de quienes nos dedicamos día a día a formar esos profesionales. Por lo mismo, la alerta de Bachelet debería ser acogida con altura de miras por los centros en los que los informadores estudian.
Sin embargo, lo que Michelle Bachelet parece no terminar por comprender es que ella misma es responsable en buena medida de ese clima dominado por los rumores. Ya el hecho de que los medios de comunicación publiquen como novedad el que se reúna con una veintena de periodistas es síntoma inequívoco de que el silencio al que nos tiene acostumbrado el Ejecutivo favorece un clima repleto de sospechas, desconfianzas y, al final de cuentas, rumores. Es alarmante para una democracia cuando la noticia principal es que la máxima autoridad del país “recibió” a la prensa.
Si a este clima, propio de regímenes totalitarios, agregamos el ruido ensordecedor de las redes sociales, desde luego que el ambiente general se ve perjudicado. Y no sólo en lo que a periodismo respecta: la calle misma se pone irritable, el diálogo de oficina se hace vago y la plática de vecinos se vuelve insolente. Valga como ejemplo los insultos que recibió Natalia Compagnon de parte de una turba que esperó por nueve hora su salida.
Así, del silencio de la autoridad y del atolondramiento emocional de las redes sociales poco se puede esperar más que un escenario en el que cualquier palabra torpe –“error involuntario”– o imagen borrosa –cena Bachelet/Peñailillo en Copiapó– salta de la anécdota al hashtag, del hashtag al trending topic, y del trending topic a la portada.
A la luz de todo lo anterior, mucho se ha dicho sobre lo dañino del silencio de Bachelet, pero también debe preocupar lo que al parecer son declaraciones desorientadas de parte de la propia Mandataria.
Al respecto, el rumor de su eventual renuncia es, por mucho, el hasta hoy el mejor ejemplo de lo distraída que parece estar esa misma Bachelet que forma parte del sector político que históricamente ha dominado admirablemente la precisión y calidad a la hora de querer comunicar un mensaje.
En este sentido, es Bachelet la que parece presa de las redes sociales, pues de su eventual renuncia se comenzó a hablar con fuerza y de manera generalizada en todos los medios de comunicación sólo cuando precisamente ella salió a desmentir tal rumor. Antes, era un asunto que no pasaba de columnas virales y de memes pasajeros.
El silencio prolongado en política es peligroso, entre otras razones porque cuando se intenta salir de él –como al parecer lo hace hoy Bachelet– se deben redoblar los esfuerzos por evadir esos rumores que la propia sequía de palabra instaló.
Alberto López-Hermida, Doctor en Comunicación Pública y Académico Universidad de los Andes.
FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO