Tuve una pesadilla feroz y la quiero compartir con ustedes. Esto ocurría en un país muy, pero muy lejano hace más de cien años. En ese lugar tenían un gobierno republicano que presidía un señor al que le decían José Manuel. Él era bastante popular, porque en los primeros años de su gobierno hizo muchas cosas positivas: compró una isla de nombre raro (se llamaba Rapa Nui, creo), construyó más de mil kilómetros de vías de ferrocarril y numerosos puentes, entre ellos uno muy lindo que le decían el viaducto del Malleco, se inició la canalización de un río que lo llamaban Mapocho, se levantaron innumerables edificios públicos… tanto así que Don José Manuel tuvo que ordenar la creación del Ministerio de Obras Públicas para dar el ancho.

 

A ese país muy lejano, que no recuerdo el nombre, le estaba yendo muy bien, pero la politiquería e intereses particulares (varios miembros del Congreso tenían importantes entradas económicas por un oro blanco, le decían) vinieron a socavar sus cimientos: Don José Manuel, ante las fuertes presiones del Parlamento, que buscaba tener más poder, manifestó la necesidad de cambiar la constitución para reforzar el sistema presidencial y también nacionalizar el salitre. Los gritos de los parlamentarios casi me despiertan… y ahí empezó el gallito. Los congresistas querían quitarle el pan y el agua a José Manuel. Pero él, seguro de sí mismo, siguió tomando decisiones: nombró un nuevo gabinete, que fue rechazado por el legislativo. Y además se negaron a discutir el proyecto de ley de presupuesto para el año siguiente.

 

Me sentí angustiada, el ambiente estaba enrarecido, la tolerancia se había ido al tacho de la basura y la gente comenzó a mirarse con odio. Pero eso no parecía importar a los políticos: el Congreso no aprobó el presupuesto. Ante ello, José Manuel decidió que regiría el mismo presupuesto que el año anterior. Pero los señores legisladores consideraron el acto anticonstitucional. Cuento corto, toda esta pelea de gatos y perros -donde el pueblo no tuvo ni pito que tocar- concluyó en una guerra civil sangrienta. Todo se volvió rojo.

 

Desperté gritando cuando un pregonero de la muerte informaba que 10 mil personas habían fallecido en la guerra (incluido José Manuel, que se suicidó), de una población total de dos y medio millones de habitantes. En todas las familias hubo muertos y divisiones, el odio se instaló por décadas… Me desperté de un salto, muy angustiada, y pedí que eso nunca pasara en mi Chile.

 

Me puse a meditar y me di cuenta que soy una convencida de que la oposición en toda democracia no sólo es saludable, sino que además, necesaria para los equilibrios, las fiscalizaciones. Pero esta oposición debe ser constructiva y no volverse obstructiva como pasaba en mi pesadilla. Decidí revisar los diarios de las últimas semanas para ver cómo estábamos nosotros, y me preocuparon varias situaciones de las que leí: un grupo de parlamentarios de oposición presentó una acusación constitucional contra tres jueces de la Corte Suprema por entregar libertades a detenidos en Punta Peuco. Además de inédito, lo curioso es que el registro histórico de fallos muestra que en los últimos tres años la Corte Suprema aprobó 24 de 51 solicitudes de libertad condicional presentadas por reos de Punta Peuco, es decir, muchos de esos permisos se dieron en el gobierno de Michelle Bachelet, y ahí, los que hoy son oposición estaban mudos, no dijeron nada, no acusaron a nadie. ¿Es sano lo que están haciendo? ¿Dónde quedó la independencia del Poder Judicial?

 

Luego leí que la Democracia Cristiana quería sacar a toda costa de su cargo al subsecretario de Redes Asistenciales, Luis Castillo, por considerar ahora (y no antes, el tema ya tiene pelos) que está involucrado en el supuesto asesinato de Frei Montalva. Tanto así que -en un hecho inédito e irresponsable- le impidieron al funcionario público entrar a una sesión de la comisión de Salud del Senado. Es decir, el Legislativo, vetó y obstruyó al Ejecutivo de manera abierta y desafiante.

 

Tercero, leí el anuncio de reforma tributaria anunciada por el presidente Sebastián Piñera. Son temas complejos, y los entendidos demoran en dar su opinión, porque se deben analizar los números, pero no alcanzaron a pasar horas desde el anuncio y parte de la oposición salió vociferando por las redes sociales y medios que se estaba pasando gato por liebre, que la reforma era todo un retroceso. Esa gente, ¿leyó completamente el proyecto? ¿Entendió lo que leyó? (eso es muy importante) ¿Lo analizó? Obvio que no. ¿Aquí hay oposición constructiva? Claramente obstructiva. Incluso es posible que se bloquee el proyecto antes de entrar al Congreso. 

 

No me gustó para nada lo que leí, de hecho no quise seguir haciéndolo. Tengo claro que si bien mi pesadilla fue una pesadilla, y que espero esté muy lejos de lo que está ocurriendo en Chile, no puedo dejar de sentir un olor tóxico que está envolviendo el aire, que quizás sea un aroma seductor para unos pocos, pero para el país en general, no. Cuidemos Chile, no cuesta mucho que las pesadillas se hagan realidad.

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO