Los números son elocuentes: según la última encuesta Cadem, 83% de la gente está de acuerdo con que se permita retirar excepcionalmente el 10% de los ahorros para la jubilación, el 65% considera que este beneficio debiera ser para todos los que quieran (y no sólo para quienes hayan perdido sus ingresos) y, lo que es más preocupante, el 75% se manifiesta en contra de la idea de devolver posteriormente los fondos entregados. Es decir, lo que quiere la calle es sencillamente romper el chanchito, sin derecho a “la gotita”.

¿Cómo llegamos hasta acá? ¿Cómo es posible que la opinión pública demande, al unísono, una medida que, a todas luces, terminará por perjudicar sus propios bolsillos? Por cierto, es una demostración de lo mal que lo está pasando un montón de gente, y de lo necesario que se hace entregar ayuda no sólo a los más vulnerables, sino también a ese grupo masivo y heterogéneo que llamamos la clase media. Pero el remedio no puede ser peor que la enfermedad. Y en dicho sentido, hay que tener en cuenta que la alternativa no es “retirar 10% de los ahorros de las AFP o nada”, sino que esta alternativa se debe comparar con otras, como la propuesta de créditos blandos que ha realizado el Gobierno, la que —sin perjuicio de perfecciones que se puedan realizar— es evidentemente menos nociva para los bolsillos de los propios trabajadores.

En todo caso, es obvio que el clima de desafección venía de mucho antes. Sobre las AFP se ha construido un encuadre negativo, completamente negro, y se ha configurado lo que Elisabeth Noelle-Neumann llamó “la espiral del silencio”: como defender a las AFP se ha transformado en una herejía, ese silencio ha ayudado a instalar un clima de opinión en contra del sistema, el que a la vez ha producido un mayor silencio, formando una espiral de la que es muy difícil salir. Así, en el debate público, muchos han ido abandonando su defensa como piezas de dominó cayendo estrepitosamente, quizás por miedo a las represalias de la twittósfera.

Si bien es verdad que las espirales del silencio abundan (el lucro es otro buen ejemplo), en el caso de las AFP el asunto es aún más grave, porque junto a ella se suma otro fenómeno: la economía del comportamiento nos enseña que, al momento de tomar decisiones, los individuos pensamos principalmente en nuestro beneficio presente, y nos cuesta tomar medidas que, con un sacrificio innegable, nos aseguren un mejor futuro. Este “sesgo hacia el presente” es la razón por la que tenemos normas irrenunciables, como la obligación de ahorrar para la vejez. El Estado tiene el deber de velar por nuestro futuro, y para ello, se han establecido reglas que a ratos nos parecen fastidiosas, pues su beneficio se ve aún muy lejano.

El problema es que —como lo hemos visto en estos días— resulta demasiado fácil rebelarse contra estas reglas y exigir el beneficio presente, a costa de un perjuicio futuro (sobre todo cuando, insisto, hay que gente que lo está pasando mal). Es en dicho momento cuando necesitamos que operen “pequeños empujones”, como los que proponen Richard Thaler y Cass Sunstein en su libro Nudge (cuyo título fue traducido, de hecho, como “Un pequeño empujón”, aunque la traducción literal de nudge es “codazo”, como el que pegamos cuando el que va delante de nosotros en la fila no avanza). Estos codazos son sutiles señales de advertencia, que nos ayudan a tomar mejores decisiones (los autores ponen como ejemplo la posición estratégica de comida más sana en una cafetería, para promover su consumo). La gracia es que estos pequeños empujones se pueden promover de forma tangencial e instintiva, con el fin de hacer ver que una decisión, al parecer inofensiva, puede resultar tremendamente perjudicial en el futuro.

Así las cosas, las autoridades que responsablemente siguen pensando que la plata en las AFP debe seguir siendo única y exclusivamente para la jubilación de los trabajadores tienen una doble tarea: por un lado, deben conseguir que las propuestas para la clase media sean lo más atractivas y robustas posibles, con el fin de quitarle base de apoyo a la propuesta del 10%; y por otro, deben ayudar a reconstruir la confianza en esta institución —hoy por el piso— hasta llegar a promover una sana cultura de ahorro para la vejez. Estos pequeños empujones pueden ser muy difíciles de conseguir, pero con algo de genialidad, pueden ayudar a cambiar el clima de opinión que hoy nos tiene en este agujero. Sería, después de todo, como derribar la espiral del silencio, a punta de codazos.