El mismo día en que se derrumbaba el fugaz ejercicio ministerial de Víctor Pérez producto de una acusación constitucional justificada en la sola necesidad de seguir erosionando un gobierno exánime, extraviado y lábil, apenas sostenido en la ensoñación de un Presidente que trata de terminar su mandato sin el mote de tirano o dictador, asilado en múltiples eufemismos para justificar la ausencia de temple (como llamar violencia rural a lo que es terrorismo, tratar por desorden lo que es barbarie), clamar por paz a quienes frotan el pedernal que enciende la pira que incinerará al autor en el 2017 de la más contundente derrota democrática de la izquierda luego de treinta gloriosos años, abandonando a quienes tienen a su cargo el control del orden y la seguridad pública -el más ausente de los deberes estatales de los últimos años- y a los ciudadanos pobres e indefensos que con infantil candor contaban con ese resguardo que no habría de llegar; ese mismo día la conjura tenía preparada su jugada habiendo vendido el apoyo a esa indigna acusación, faltando sólo pasar por caja. En el umbral de la victoria, el lucrativo negocio no pudo prosperar porque su bajeza refulgía como un neón en el barrio del pecado.

El acuerdo consistía en que los diputados de la DC votasen aprobando la acusación constitucional en contra del ministro del Interior y que, cumplido tal propósito, se incoaría la censura de la mesa de la Cámara de Diputados, reservando la presidencia para un parlamentario de esa tienda. En cumplimiento de ese compromiso se presentó por el jefe de la bancada del Partido Radical en la misma sesión, la censura, –cuyo apuro revelaba el ansia de una dañada transacción– y, develaba un negocio poco presentable por falta de antecedentes que la justificasen, por una parte; y, por ausencia de la más mínima delicadeza, por otra, puesto que toda la prensa se encontraba cubriendo la celebrada defenestración de Pérez por la oposición. Los conjurados más avisados percibieron que cualquier periodista y espectador con algo de calle sumaría dos más dos y podría vocear a voz en cuello la moneda de cambio, alimentando el comidillo político que amenazaba opacar la victoria opositora y la derrota del gobierno.

Los democratacristianos negaron unánimemente haber participado de esta insidia o haber fijado precio a su postura, con lo cual debió el diputado Sepúlveda, desde la humillación del paso en falso, hacer retiro de la propuesta, quedando claro que fue utilizado como un ingenuo inimputable en la gestión de la maniobra. La diputada Hernando del Partido Radical -leal- fue la única que alzó la voz, asegurando que “ningún jefe de bancada puede decir que no tenía idea que se iba a presentar la censura”.

Hasta Pamela Jiles previendo que ese gustito podía afectar el concurso de los votos de derecha ante el segundo retiro del 10% de los fondos de pensiones que ella patrocinaba defendió a Diego Paulsen, señalando un comportamiento correcto por parte de éste desde la testera de esa corporación.

Paulsen, con inocencia y caballerosidad, agradeció por urbanidad ribonucleica el retiro de esa reprobación condenatoria, la que no es más que una postergación de una censura tentada, frustrada por falta de elegancia y que, como alguien dijo por ahí ,“si se adoptan los debidos cuidados se reiterará cualquier día cuando la oposición reúna votos suficientes para para hacer detonar los responsables pasos ciudadanos del funado ministro Briones”.

¿Alguien tiene dudas que ese no es el nuevo designio de la oposición?

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