No hace mucho las discusiones sobre reformistas y revolucionarios parecían un recuerdo de los años sesenta. Mientras los reformistas hacían notar la falta de un principio de realidad en sus compañeros de camino, los revolucionarios señalaban que la reforma no es un camino más lento al mismo lugar, sino en realidad una meta distinta. Pero aunque en nuestras latitudes encontró por esos años su punto culminante, la tensión entre estas dos tendencias atraviesa toda la historia del socialismo. No hace falta ser un observador muy agudo para notar que hace ya un tiempo está de regreso.

El año en curso nos permite abordar estos asuntos con atención a más amplios fenómenos históricos. En parte está ocurriendo, como puede verse en la discusión sobre la Revolución Rusa, que gradualmente emerge. Pero no sólo estamos en el centenario de dicha revolución, sino también en el quinto centenario de la Reforma protestante. La conmemoración de ambas nos brinda una oportunidad sin igual para pensar sobre reforma y revolución desde una amplia perspectiva histórica. 

Desde luego que no todo el que busque reformas tendrá a la protestante por modelo, ni tampoco todos los revolucionarios tendrán por ideal los sucesos que condujeron a la tiranía soviética. Se podría también objetar que estos dos acontecimientos históricos nos hablan en realidad sobre reforma y la revolución en dimensiones muy distintas de la vida; solo la segunda sería política. Pero estos dos acontecimientos nos invitan precisamente a levantar preguntas sobre la reforma y la revolución de una manera que amplíe nuestra mirada a distintas dimensiones de la vida humana, y en particular a considerar la relación entre política y religión con algo más que clichés contemporáneos.

En nuestro contexto ha sido la conmemoración Revolución Rusa la que más atención ha recibido. Pero la Reforma protestante da ocasión inigualable para reflexionar sobre las transiciones entre una y otra de estas disposiciones. El vínculo de los reformadores radicales con los reformadores magisteriales es un caso clásico de dicho problema: los reformadores radicales se entendían como hijos de los segundos, pero éstos negaban la paternidad.

Lutero escribió en una ocasión que, tal como la Iglesia había requerido de un Lutero, la vida política y jurídica también requeriría uno. Sin embargo, continúa, “temo que recibirán más bien un Müntzer”. La alusión era a Thomas Müntzer, el predicador revolucionario que procurando acelerar la llegada del reino de Dios aceleró más bien la llegada de su propia muerte, y la de varias decenas de miles de campesinos en el levantamiento de 1525. La crítica reformista a la revolución apenas podría ser más claramente expresada que en el juicio de Lutero sobre Müntzer: antes que ceder en su ideal de justicia, el revolucionario estaría dispuesto a destruir al país y a sí mismo. No es muy distinto el modo en que Lenin avanzó a un estado de mayor pureza echando abajo el gobierno reformista de Kerensky.

Si en el siglo XX estas categorías dominaron la historia del socialismo, hoy es una discusión que nos afecta a todos. La política moderna es esencialmente transformadora, y así la opción entre revolución y reforma se plantea de modo transversal. El estudio de la Reforma y de la Revolución no nos entregará en bandeja respuestas sobre caminos a seguir, pero sí permite que estas preguntas se planteen con alguna independencia de nuestras urgencias contingentes.

 

Tomás Villarroel, Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez / Manfred Svensson, Instituto de Filosofía, Universidad de los Andes

 

 

 

 

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