Desde hace ya un larguísimo tiempo, se viene leyendo y escuchando en los medios de comunicación las opiniones de los más variados actores sociales, políticos y económicos acerca del tema de las confianzas. “Hay que recuperar las confianzas perdidas” se comenta, pero más allá de los buenos deseos y la necesidad imperiosa de que así sea, éstas no se recuperan y el país sigue decayendo.

La pregunta entonces es: ¿por qué está pasando esto? ¿Por qué, si todos están de acuerdo en que hay que recuperar las confianzas para que al país le vaya bien y volvamos a la senda del crecimiento y de creer en Chile, los porfiados hechos nos señalan que esto no está ocurriendo y, por el contrario, éstas siguen deprimidas?

La confianza, en su primera acepción idiomática, es la esperanza firme que se tiene de alguien o algo; por ende, si ésta está quebrada y no se recupera es porque los agentes económicos y sociales carecen de esa firme esperanza que el camino que está recorriendo el país sea el más adecuado para nuestro desarrollo, para derrotar la pobreza, para poder brindarle a quienes más lo necesitan, las herramientas y condiciones necesarias para alcanzar un futuro mejor que el de sus progenitores… y tampoco para invertir.

¿En qué se está fallando entonces? Una de las respuestas a esta interrogante surge a mi parecer de la insistencia del Gobierno en no enmendar rumbo y, por el contrario, de insistir en recuperar el espíritu reformista basado en el programa presidencial. Todo esto cuando los múltiples análisis y transversales opiniones de los más diversos expertos en economía, trabajo, educación, salud, transporte, finanzas, etc.; señalan que las reformas que se han introducido y las próximas que se quieren implementar no son las que Chile necesita, desviándonos de la senda de exitoso desarrollo que el país recorría ya por cerca de 30 años.

Cuántas veces se le ha pedido al Gobierno que cambie; pero por el contrario, con pertinaz e indiferente porfía, éste sigue avanzando en la implementación de su programa y de sus reformas, como si nada hubiera pasado en estos dos años; como si el entorno externo nos permitiera holguras y como si el muy mayoritario rechazo expresado en las encuestas al gobierno y sus políticas fueran una ficción.

¿Cómo tener la firme esperanza que la reforma laboral no va a generar ni conflictos ni rigideces, cuando en el mundo real, no en el de los discursos políticos de quienes teorizan que llevará a un mundo mejor, esas cosas ocurren? Basta recordar los ilegales paros del Registro Civil y la Dirección de Aeronáutica.

¿Cómo tener la firme esperanza que el proceso constituyente no va a terminar en un gran cambio en las reglas de juego, generando incerteza jurídica? Por de pronto, el programa propone cambios en la propiedad privada; en los derechos de agua; formula limitaciones determinadas por ley en la propiedad de los medios de comunicación; término del Estado subsidiario para pasar a un Estado de derechos sociales exigibles, con lo cual el gasto fiscal se podría incrementar enormemente al tener la obligación de proveer todos los derechos constitucionalmente garantizados, etc. En resumen, grandes cambios que generan grandes dudas y éstas obviamente provocan incertidumbre paralizante ante el desconocimiento de las nuevas reglas que regularían nuestra vida en sociedad.

Por ende, si recuperar las confianzas es lograr que surja una firme esperanza en los agentes económicos y sociales que las cosas van a mejorar, las condiciones anteriormente descritas no propician dicha recuperación y de no haber un cambio real en la conducción del país, lo más probable es que con el correr del tiempo, sigamos leyendo y escuchando en los medios, que lo más importante para que a Chile le vaya bien es recuperar las confianzas.

 

Jaime Jankelevich, consultor de empresas.

 

FOTO: CRISTÓBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

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Jaime Jankelevich

Bioquímico y consultor

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