Nada como recorrer un país con el tiempo suficiente como para sentarse en un café a mirarlo directamente y a través de novelas y ensayos. Lo primero permite una impresión visual, tal vez superficial, mas no siempre frívola, tomar el pulso a lo nuevo, sentir su ritmo, olores y ruidos. Lo segundo, en cambio, permite ir más allá, acceder a las profundidades de ese país, examinar sus estribaciones ocultas, percibir tensiones relacionadas con la memoria, la visión del presente y los anhelos de futuro. En el café uno ve el mundo desde el restringido territorio personal que va de la planta de los pies a la cabeza. A través de los textos uno puede contemplarlo desde perspectivas, sensibilidades y etapas diferentes.
Charles Baudelaire, José Martí, Walter Benjamin, Kurt Tucholski y Paul Theroux, y qué decir de Claudio Magris, Peter Handke y W.G. Sebald son grandes flaneurs, escritores que se pasean y se sientan a espiar a gente, ciudades, pueblos y paisajes. Y al hacerlo, enriquecen lo visto con descripciones, interpretaciones y reflexiones. “Una imagen vale más que mil palabras”, dijo Tucholski, y como escritor sabía tan bien lo que decía como un pintor, un escultor o un fotógrafo. Hablaba de un reto muy serio para todo narrador.
Recorro algunas regiones de la verde Umbria, que hasta hoy parece haber escapado en alguna medida de las mareas turísticas que invaden Italia, y compruebo con agrado que aún tiene ciudades que conservan la calma y el silencio (donde este fin de semana pude escuchar hasta el taconeo de una mujer sobre los adoquines de una calle céntrica), ciudades donde perdura una Italia afable y genuina, que en muchas partes está en retirada, y al hacerlo no puedo dejar de releer Die Reise nach Italien, de Johann Wolfgang Goethe.
Al igual que como lo plantea en sus conversaciones con Eckermann, Goethe reflexiona en ese libro sobre una época en que no había turismo masivo ni existía conciencia sobre el valor de los testimonios históricos. Goethe menciona que a veces vio indiferencia en Italia ante las columnas, los arcos y los edificios en ruina del pasado. Me pregunto cómo y cuándo se convencieron los italianos de que no debían seguir desmantelando ni sepultando sus portentosas obras arquitectónicas. Es cierto que el Zeitgeist del romanticismo revalorizó la historia, pero lo interesante es explorar ese momento revolucionario en que la gente empieza a valorar, cultivar y proteger las huellas del pasado. Comprenderlo nos ayudaría tal vez a desarrollar otra actitud ante nuestro patrimonio cultural que ha sobrevivido a terremotos, autoridades y ciudadanos. Y aquí no son responsables sólo los políticos y las autoridades, sino el país completo, ciudadanos corrientes inclusive.
Pero no quiero abordar el tema de Chile en este desplazamiento con libros. Prefiero apartarme del emponzoñado ambiente político, de las descalificaciones odiosas, los asaltos y los atentados terroristas, del escepticismo ciudadano, el estancamiento económico y del avance de la corrupción, para seguir con reflexiones que surgen en un recorrido por la Italia primaveral junto a artistas de varios países.
Leo en estos días novelas del italiano Andrea Camilleri y del griego Petros Markaris. (Y estoy consciente que el comisario Salvo Montalbano, del primero, trabaja en la provincia siciliana de Agrigento, un mundo muy diferente al de Umbria, pero no mucho para quien viene del otro extremo del planeta). Es interesante que tanto en Montalbano como el inspector Kostas Jaritos, de Markaris, se respira la influencia picaresca del detective Pepe Carvalho, del español Manuel Vásquez Montalbán. Pero hay algo más: el sustrato común de los tres lo brinda el mundo mediterráneo, la alegría de vivir, el humor y la plática, el gusto por la buena mesa, la interacción entre la gente, la influencia de las tradiciones culturales y de la vida de barrio que perdura en ciudades españolas, italianas y griegas, y que en Chile vamos perdiendo en forma acelerada aunque muchos se organizan para preservarla.
¿Cómo mantener esa vida de comunidad en ciudades enormes, anónimas y atestadas de delincuentes? ¿Cómo conservarla cuando preferimos comprar cada vez más por internet, ver el cine en casa gracias a Netflix y seleccionar libros desde Amazon? ¿Cómo hacerlo si toleramos que muchos municipios manejen los planes reguladores de espaldas al interés de los vecinos? Siento que los detectives de estos escritores del sur europeo constituyen un esfuerzo por registrar el lenguaje callejero, celebrar la vida sencilla que se disfruta en torno a una copa de vino, aceitunas, quesos y calamares, y por detener las retroexcavadoras que barren con manzanas enteras en las ciudades, amparadas por normas municipales.
Los protagonistas de Camilleri, Markaris y Vasquez Montalbán no son nostálgicos irremediables que piensan que todo pasado fue mejor. Pero el presente no escapa de la crítica de sus plumas: delincuencia, corrupción, crisis económicas y sociales, xenofobia, narcotráfico, populismos de izquierda y derecha, destrucción ambiental, indignación ante la injusticia y el abuso. Los tres demuestran con sus obras que la novela policial puede ir más allá del esclarecimiento técnico de crímenes y que es capaz de abordar a fondo los temas que agobian hoy a los europeos. A través de su realismo, que incorpora tanto la vida cotidiana como las esperanzas y frustraciones de la clase media, que concita además el interés de miles de lectores, esas novelas ponen el dedo sobre la llaga de sociedades abiertas y aproblemadas.
Nada mejor que recorrer un país provisto de los libros que muestran aquello que el turista (y a menudo muchos de sus propios habitantes) no alcanza a dilucidar. No importa qué región de Italia uno visite, el Salvo Montalbano de Andrea Camilleri estará siempre presente.
Roberto Ampuero, #ForoLíbero