“No hay derechos sin deberes”, fue la simple frase que lanzó el director del INDH, Sergio Micco. ¿Y de qué le valió? Rápidamente recibió el azote moral y la guillotina de las redes sociales, y claro, en Chile estamos en tiempos donde todo se cuestiona, de una alta desconfianza y en que nos sentimos paladines de lo correcto, guardianes de la verdad y con una altura moral que puede destruir a cualquiera por el simple hecho de pensar distinto. Para qué decir si has escrito algo políticamente incorrecto en tu pasado, porque es probable que te espere una funa. Esos son nuestros tiempos, tiempos donde las pocas voces que llaman a la mesura, meritocracia, deberes y esfuerzo, son atacadas como indolentes o vendidas.
Aquel juicio hacia Micco fue el mismo que se esgrimió ante una fotografía del Presidente en Plaza Baquedano, catalogándola como una vil provocación, o por el arriendo de Espacio Riesco, olvidando su principal propósito, el salvar vidas. Muchos con indignación exigieron la salida del ministro Mañalich, y por más que La Moneda haya cometido errores -como todo gobierno ante esta inédita pandemia-, ningún chivo expiatorio disipará nuestras dificultades mientras siga prevaleciendo un clima hostil originado desde octubre.
Aquellos indignados -en esta doble moralidad- no dudaron en realzar la figura de estudiantes como unos pseudo Robin Hood ante la evasión masiva en el Metro, muchos políticos–en especial del Frente Amplio, llamados a “renovar” la política– disfrazaron este acto como una mal entendida desobediencia civil, les dijeron “gracias cabros”, aunque provocasen destrozos históricos a la propiedad pública. Tampoco les indignó la triste y aberrante imagen de estudiantes de la UC en un foro con el Rector Sánchez, o las declaraciones de saltarse la constitución si fuese necesario de la presidenta del Senado Adriana Muñoz, quien olvida que por más noble que sea la causa, el Estado de Derecho es nuestra gran protección en estos tiempos.
Nuestra democracia camina y deambula en hielo delgado, por lo que hoy necesitamos grandeza en nuestra clase dirigente. Todos estamos en el mismo barco y el costo que pagamos para vivir en nuestros tiempos de democracia son altos, por lo que nuestros políticos no se pueden transformar en agitadores sociales y meros populistas: porque dar gracias a jóvenes que evaden el metro o encarar a miembros de la fuerza pública en manifestaciones no es más que eso, populismo.
En tiempos de pandemia y de mal llamado estallido social, faltan voces que llamen a la unidad, en un ambiente irascible en que cabe la duda si todos desean un gobierno exitoso ante la crisis sanitaria, hace sentido y es un buen ejercicio antes de juzgar, lo que planteó el filósofo Raymond Aron, respecto a la pregunta que nos debemos formular en una crisis, ¿qué haría yo en su lugar?
Es necesario salir de este círculo vicioso originado tras el 18 de octubre, una sociedad que pareciera estar en cuidados intensivos. Así lo demuestran las críticas a Micco, así lo desnudan. Lamentablemente, no hay nada nuevo bajo el sol.