La abrupta renuncia de la ministra de Salud, Helia Molina, en medio de los persistentes rumores sobre el cambio de gabinete, solo viene a confirmar que, pese a todas sus advertencias sobre lo mucho que le disgusta que le digan lo que tiene que hacer, la Presidenta Bachelet muestra cada vez menos capacidad para controlar la agenda. Después que el debate sobre el cambio de gabinete se instaló pese a la resistencia presidencial y luego el primer ajuste se produjo cuando la mandataria menos lo quería, los eventos más recientes han demostrado que aunque como candidata prometió que ella sería la que iba a cortar el queque, la Presidenta Bachelet está perdiendo el control de lo que ocurre en su gobierno.
La sorpresiva renuncia de Molina se produjo como resultado de unas inoportunas declaraciones publicadas ayer en La Segunda. Al anunciar que se enviaría el proyecto de ley que despenaliza el aborto terapéutico en enero, Molina justificó la decisión diciendo, entre otras cosas, que en “todas las clínicas cuicas de este país muchas de las familias más conservadoras han hecho abortar a sus hijas”. La inmediata reacción del Ministerio de Salud, desautorizando los dichos de Molina, dejó sin piso político a la ministra. Aunque durante la tarde hubo líderes del PPD que salieron a apoyarla, la doctora, que es amiga personal de Bachelet, renunció a su cargo a las pocas horas. En entrevista nocturna a Canal 13, como para confundir aún más la situación, Molina aseguró que sus dichos habían sido off the record.
Las desafortunadas declaraciones de Molina —quien aparentemente había dado la entrevista hacía varios días— sorprendieron al Gobierno. La Moneda quería que la discusión política esta semana se centrara en el proyecto de ley de reforma laboral anunciado el lunes. Además, queriendo cumplir su promesa de realizar “reformas profundas”, Bachelet firmó ayer el proyecto de ley para la elección directa de intendentes. Las desafortunadas declaraciones de Molina opacaron lo que debió ser un anuncio histórico de la Presidenta.
Además, la entrevista de Molina repuso el debate sobre la despenalización del aborto en un momento en que la agenda política ya está sobrecargada con las diferencias en el oficialismo respecto a la reforma educacional, las complejidades de la reforma electoral y la pelea que se viene por la recién anunciada reforma laboral. Como la situación económica sigue deprimida, lo que menos necesitaba el Gobierno era abrir nuevos flancos que profundizaran la fuerte caída en aprobación que ha venido experimentando Bachelet.
Como si todo eso no bastara, los inoportunos dichos de Molina volvieron a poner en el tapete el problema de autoridad que ha tenido Bachelet sobre sus asesores de confianza. Después que la Presidenta optara por no remover de su cargo al embajador en Uruguay, Eduardo Contreras, cuando acusó a la derecha de estar detrás de los bombazos terroristas, se produjo una seguidilla de declaraciones desafortunadas e impropias de personeros de confianza del Gobierno. Desde subsecretarios hasta Intendentes, todo el que quiso opinó sobre la conveniencia de no haber pedido la renuncia a Contreras por meterse a hablar de cuestiones que no le incumbían (por cierto, Contreras también intentó la excusa de que sus declaraciones habían sido off the record —aunque a diferencia de Molina, Contreras no tuvo la gallardía de poner su cargo a disposición—. Otros sintieron libertad para opinar sobre cualquier asunto que estimaran conveniente.
Al establecer el precedente que las salidas de libreto no se castigaban con la severidad que se requiere para que el Gobierno funcione bien, Bachelet fomentó un ambiente que tolera comportamientos desprolijos e indisciplinados como el que llevó a Molina a ser tan poco juiciosa en sus declaraciones a la prensa.
Por cierto, además de gatillar una renuncia que incomoda al Gobierno —y que pone a Bachelet en una posición aún más defensiva ante la creciente presión por un cambio de gabinete—, las declaraciones de Molina han estropeado la oportunidad de abrir un debate serio y respetuoso sobre los abortos que se realizan ilegalmente en Chile. Será difícil generar ahora un ambiente que permita discutir un tema tan sensible e importante en nuestra sociedad.
En el último día del año, cuando los presidentes normalmente acostumbran a departir relajadamente con varios de sus ministros, la percepción de crisis inunda los altos mandos del Gobierno. Como todos saben que se producirá un cambio de gabinete, pero nadie sabe quién se irá —mucho menos ahora que la salida de Molina obligará a ajustes adicionales—, el ánimo en el Gobierno es de cualquier cosa, menos de fiesta. Como ha dilatado tanto la toma de decisiones, no pocos en la coalición oficialista se comienzan a preguntar si Bachelet tiene la voluntad para cortar el queque o si tal vez ha perdido el cuchillo y ya no sabe cómo hacer los ajustes antes de que los problemas le revienten en la cara.
Patricio Navia, Foro Líbero.
FOTO: PEDRO CERDA/AGENCIAUNO.