Los nuevos segmentos de clase media a los que se refiere mi columna anterior -profesionales y técnicos en números crecientes-, junto a los segmentos consolidados y emergentes de este amplio sector, expresan la fuerza más dinámica de la sociedad chilena contemporánea.

Efectivamente, son los protagonistas de la masificación educacional, el consumo, el crédito, la esfera mediática (TV y redes de conversación), el retail y de la vivienda social. Son la principal expresión de la modernización capitalista del país. Constituyen además la base de la opinión pública encuestada y de los diversos movimientos sociales. Sus miembros suministran el barómetro que mide la presión del malestar sobre la atmósfera social. Políticamente engrosan las filas de quienes se declaran independientes y a la hora de votar oscilan entre no-votar o votar por candidatos y propuestas de centro, con matices de centro-izquierda y centro-derecha.

Si antes los gobiernos y los partidos se preocupaban esencialmente del estado de ánimo de las élites, y luego admitieron en su radar a las clases consagradas por Marx -burgueses y proletarios-, ahora en cambio prestan creciente atención a los vaivenes de la clase media, sobre todo sus segmentos más educados y móviles.

¿Y qué anhelan estos grupos?

Ante todo, estabilizar su posición y las posibilidades de ascenso en las varias escalas jerárquicas que conforman el ordenamiento de la sociedad (escalas de ingreso, estatus, credenciales, estilos de consumo, oportunidades y beneficios). Como todo grupo móvil, temen volver atrás o estancarse, y aborrecen el desorden que confunde las pautas de movilidad y pone en riesgo los capitales acumulados (de cualquier tipo que sean). Nada más negativo para ellos, por eso mismo, que el fenómeno observado por una reciente encuesta del INE que revela un incremento significativo del desempleo de técnicos y profesionales durante el último año (julio-septiembre).

Anhelan, en seguida, invertir en educación (tiempo, recursos materiales y simbólicos, esfuerzo), principal medio para el ascenso de los nuevos segmentos de clase media y para impulsar el progreso de sus hijos. Son aquellos padres dispuestos masivamente a usar parte de su ingreso en colegios privados subvencionados (copago) o en actividades y medios que promueven el desempeño en la escuela. De hecho, prefieren colegios privados subvencionados antes que de gestión municipal (69%) por considerar que poseen una mejor infraestructura (75%), rendimiento (71%) y disciplina (59%), frente a sólo un 4% que piensa que los colegios municipales lo hacen mejor en estas dimensiones (Encuesta Nacional Bicentenario Puc-Adimark, 2014).

Como señala la sociología contemporánea, estos padres -al igual que los padres burgueses y de las élites- optan por aquellas escuelas a las cuales atribuyen una serie de características favorables para que sus hijos puedan ascender por las intrincadas escalas sociales y aumentar sus posibilidades de satisfacciones materiales y simbólicas. ¿Merecen ser descalificados y agraviados por tan humana y extendida motivación? En la práctica, muchos de esos padres se sienten inquietos, incluso molestos, por los anuncios de una reforma educacional que son percibidos como hostiles para la experiencia escolar elegida por ellos.

Como sea, resulta evidente que la principal oposición al proyecto gubernamental sobre fin del lucro, el copago y la selección académica proviene de la clase media, cuyas reacciones contrarias se comunican a través de las redes presenciales y a distancia entre padres, parientes y amigos, vecinos, colaboradores de trabajo, sostenedores, profesores, estudiantes, habitantes del vecindario, organismos de la sociedad civil como parroquias, clubes y asociaciones. De allí emanan también las protestas recientes en las calles y, más importante, el persistente ruido de fondo que luego va manifestándose como insatisfacción y rechazo en las encuestas y sondeos.

¿Cual ha sido la reacción del Gobierno y los partidos de la Nueva Mayoría (NM) y la oposición?

Del Gobierno, una mezcla de sorpresa, frustración y una reacción acostumbrada en estas circunstancias: acusar a los que reclaman de ser manipulados o de actuar en defensa de intereses subalternos. De parte de la oposición, el intento -poco sorprendente- de aparecer junto al sector desafecto para compensar su alicaída posición frente al Gobierno.

Y en cuanto a la NM, sus dirigentes y parlamentarios, hasta el momento la única acción visible de preocupación por los reclamos de la clase media, de sensibilidad coincidente y de atención hacia sus anhelos y expectativas, ha sido de la Democracia Cristiana. Hace una semana sugerí que se trataba de un despertar de la DC. Si durante los próximos meses pudiera prolongar esta incipiente disposición, ampliarla e identificarse con estas nuevas fuerzas ascendentes de la sociedad chilena, renovaría sin duda su proyecto, se transformaría en un movimiento político más vital y adquiriría un nuevo liderazgo en el seno de la sociedad y sobre sus procesos de modernización. Exploraré esta hipótesis en la próxima columna.

 

José Joaquín Brunner, Foro Líbero.

 

 

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

Deja un comentario