Sin duda Christine Lagarde, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), el cargo más alto en dicha institución, nos tiene a todos sorprendidos por la franqueza y agudeza de sus comentarios. El más notorio, y significativo, sin duda, fue en octubre pasado, cuando acuñó la expresión “nueva mediocridad” para describir lo que estimó como un decepcionante proceso de recuperación de la economía mundial. En su diagnóstico, la falta de “políticas valientes” y la escasez de reformas estructurales que incrementen, efectivamente, la productividad, la competitividad y el empleo, mantienen a los países lidiando con la misma crisis financiera que el mundo presenció hace seis años.

A mediados de abril se conocieron las proyecciones del FMI para la economía mundial en el 2015 y 2016. Y una de las conclusiones más importantes fue que la desaceleración de los mercados emergentes estaba minando las perspectivas económicas globales, y que el crecimiento del 2015 sería tan sólo 0.1% más que el 3.4% del 2014. Y para nadie pasó inadvertido que esta era la quinta rebaja consecutiva del WEO (World Economic Outlook, o Pronóstico de la Economía Global) para los mercados emergentes. Las economías avanzadas no sufrieron ningún cambio de pronósticos, pues la baja de EEUU fue compensada por el alza de Europa y Japón, todo lo cual resulta mejor para el mundo, puesto que tener sólo a la economía americana como motor resultaba riesgoso.

Pero lo que resulta aún más increíble, y ciertamente incómodo para el discurso del gobierno en cuanto a qué está causando la actual desaceleración económica, es el hecho que a Chile le rebajaron los pronósticos de crecimiento otra vez. En efecto, el FMI pronosticó que en el 2015 la economía se expandiría sólo un 2.7%, significativamente menor al 4.1% que había predicho el año anterior, y que para el 2016 se aceleraría a un modesto 3.3%.

¿Por qué incómodo para el gobierno? Porque éste ha dicho incansablemente que la causa de la desaceleración es el fin del ciclo minero, consecuencia de la desaceleración de la economía china.  El problema es que en sus últimos pronósticos, el FMI no cambió las proyecciones de las economías avanzadas y subió levemente las de Asia emergente (mantuvo a China y aumentó India). Entonces, si nuestros principales socios comerciales marginalmente aumentan sus proyecciones, ¿por qué las de Chile caen nuevamente? La única explicación es porque el FMI cree que Chile no está implementando las reformas adecuadas para incrementar la productividad, la competitividad y el empleo, que le permitan al país crecer más.

Tampoco pasa desapercibido el elocuente ajuste a la baja que hace el FMI en sus pronósticos a toda la región. Algunos podrán argumentar que es por el fin del ciclo de las materias primas, pero la verdad es que, además de eso, el común denominador de varios países latinoamericanos es el desorden -casi caos- político, que también ha pasado la cuenta en términos de crecimiento económico. Es el caso de Argentina, Brasil y Venezuela, que tendrán sendas recesiones en el 2015 y probablemente en el 2016. Estos países pensaron que las rentas provenientes de los altos precios de los bienes básicos que exportaban durarían para siempre, y que además éstas eran funcionales a sus objetivos políticos.

La economía chilena está lejos de la realidad de Argentina, Venezuela y Brasil; pero la realidad es que las políticas reformistas del gobierno han causado el desplome de expectativas de empresarios y consumidores. Y conste que está bien utilizada la inflexión del verbo, pues el ajuste de expectativas actual es tan solo comparable a las del 2009, cuando parecía que la economía mundial estaba por colapsar, lejísimos de la situación actual.

En definitiva, el FMI le ha llamado silenciosamente la atención al gobierno con sus recortes en las proyecciones de crecimiento, y también ha dicho, aunque no tan silenciosamente, que si queremos crecer más, debe implementar políticas valientes y reformas estructurales que conduzcan hacia un mayor desarrollo. Lamentablemente el gobierno, a pesar de estar consciente de que las rentas del cobre se reducirán significativamente, pareciera soslayar el hecho de que la economía no es una variable residual de sus políticas públicas voluntaristas, sino más bien un instrumento mediante el cual, de ser bien aplicado, se consigue el progreso. Así lo demuestran los últimos 25 años de historia, cuando Chile aplicó políticas impopulares pero logró el mayor avance en disminución de la pobreza en la región. Argentina, Brasil y Venezuela no lo hicieron y tanto su realidad como sus pronósticos son hoy, sobrecogedores.

 

Manuel Bengolea, Economista Octogone.

 

 

FOTO: MATIAS DELACROIX/AGENCIAUNO

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