Ya parece lejano ese 2011 en el que miles de estudiantes marchaban por las calles demandando una educación pública, gratuita y de calidad. Miramos hacia atrás y vemos una fuerza dinámica, un movimiento social, que tuvo el poder de redefinir conceptos, instalando un nuevo lenguaje que muchos tuvimos que aprender a hablar, aunque no compartiéramos sus ideales. Ese año, parte importante de los estudiantes había encontrado, al parecer, un diagnóstico común: consignas atractivas y fáciles de repetir y un discurso convocante.

El movimiento estudiantil chileno ha sido protagonista de muchos cambios y avances del país, pero hoy, cuatro años después de su mayor éxito, se encuentra en un momento crucial. Luego de que el gobierno tomó como suyas las demandas de los estudiantes, hoy tiene el desafío de custodiar su mensaje y de hacer valer esa promesa que se les hizo en la pasada campaña presidencial.

Decir que el movimiento estudiantil está muerto es no conocer a los estudiantes de Chile. Es injusto, sin duda, intentar medir la influencia que tiene el día de hoy con los mismos parámetros de años anteriores. Existen un contexto y una función que son distintos.

Con el tema en agenda pública ya se empiezan a vislumbrar algunas diferencias de forma y otras de fondo. No estamos hablando que se pierda la unidad en ciertos temas fundamentales, pero ¿alguien cree posible que todos los estudiantes piensen igual? Estamos viviendo una etapa donde las consignas llenas de ilusión aterrizan en una realidad que se ve distinta y difícil de conciliar.

El gobierno les ha prometido a los estudiantes gratuidad para el año 2016. ¿Entienden verdaderamente lo que significa esto? Si bien escribo desde una postura lejana y contraria a los grandes consensos estudiantiles en ese tema, no me parece ver en el Ejecutivo una postura definida. ¿Aportes basales? ¿Financiamiento a las instituciones o a las personas? ¿Qué universidades? ¿Fijamos los aranceles? ¿Será progresiva o no? ¿Qué pasa con los institutos profesionales y centros de formación técnica? Son algunas de las preguntas que hoy están sin respuesta, solo a meses de presentar uno de los proyectos de reforma a la educación superior más relevantes en la historia de nuestro país.

Es por eso que el movimiento estudiantil, sin duda alguna, deberá tomar una postura clara este año. Ya no vale sólo salir a la calle  a gritar consignas ideológicas o marchar. Ahora es cuando necesitamos, como universitarios, empezar a contribuir desde un lugar distinto. Debemos volver a sentarnos a discutir, a pensar qué es lo que queremos y qué esperamos de este proyecto, porque no es fácil separar aguas con ex miembros del mismo movimiento que, desde el oficialismo, impulsan esta reforma. La autonomía es clave  a la hora de actuar como contraparte. No podemos dejar que el gobierno negocie estos cambios claves para la educación superior consigo mismo. Tiene los votos en el Congreso y la única manera de evitar reformas que avanzan sin apoyo, es una sociedad organizada y un movimiento estudiantil con un rol fuerte y activo que no cometa los mismos errores del pasado.

Como FEUC defendemos una educación libre, equitativa y de excelencia (como ya hemos explicado en este mismo medio). Discrepamos abiertamente de muchas de las demandas que a veces plantea la Confech, pero no podemos dejar que se engañe a la ciudadanía. Dejemos de evitar las diferencias y digamos de una vez por todas la verdad: aquí no existen posturas absolutamente conciliadoras. Alguien tiene que perder. El gobierno tiene que escoger si quiere escuchar y recoger las demandas del movimiento estudiantil o si quiere seguir su camino intermedio, ese que no deja feliz a nadie.

Mientras tanto, los estudiantes estaremos ahí. No muertos ni dormidos, sino expectantes y preparados. Prometer no es gratis.

 

Ricardo Sande, Presidente FEUC.

 

 

Foto: EDUARDO BEYER / AGENCIAUNO

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