Parte de quienes defienden la legalización del aborto argumentan que el nasciturus no es persona. La cuestión no es nueva, ya que la justificación de la esclavitud respondía más o menos a criterios semejantes. Pero hoy la embriología enseña que desde la unión de los gametos se forma un embrión, la forma más joven de un ser. Y si los gametos son humanos resulta imposible negar que se trata de un embrión humano, pues es un ser y es humano, uno de los nuestros.

Para el constitucionalismo ese dato es de enorme relevancia, ya que parte de la premisa de que los derechos emanan de la naturaleza humana. En el lenguaje constitucional la expresión persona está radicalmente unida a la de ser humano, por lo que puede afirmarse que todo ser humano es persona. Esto es precisamente lo que parece haber entendido Bello cuando la definió como “todo individuo de la especie humana, cualquiera sea su edad, sexo, estirpe o condición” (art. 55 Cód. Civil).

Es por ello que el no nacido es titular del derecho a la vida, ya que lo determinante para la titularidad de los derechos es el ser un humano, y aquél lo es, con la salvedad de que su derecho a la vida incluye otro aún más elemental, el derecho a nacer, respecto del cual “no se puede transigir”, según sostenía Norberto Bobbio.

Esto es coincidente con la especial predilección del Derecho por los más débiles, según lo demuestran principios clásicos como in dubio pro reo, in dubio pro operario, in dubio pro homine, o in favor debilis, los que prueban que, desde este enfoque al menos, el Derecho tiene un carácter progresista. Porque como explica Miguel Delibes, ser progresista supone apoyar al débil y la no violencia.

En nuestra historia reciente esas actitudes progresistas llevaron a muchos a oponerse a un régimen político que persiguió y violó los derechos humanos de miles de chilenos, entre ellos su derecho a la vida.

Pero el progresismo cambió, y en algunos ha dejado de lado la protección irrestricta del más débil, llegando a admitir que la violencia contra éste puede llegar a constituir un derecho. Eso le ha llevado a asumir una visión individualista, que apoya matar directamente al más débil en ciertos casos. Esto es justamente lo que ocurre en la actualidad respecto de las tres causales sobre las que se pretende legislar en nuestro país.

Los hechos demuestran que gran parte de las violaciones ocurren al interior de las familias, o son realizadas por personas conocidas de la víctima, para quienes el aborto es el mejor escenario con el que podrían soñar. Asimismo, los datos oficiales acreditan a Chile como el país latinoamericano con la tasa más baja de mortalidad materna, comparable sólo con Canadá, y que hasta 2014 no había mujeres que cumplieran condena por haberse practicado un aborto.

Este proceso de pérdida de identidad ha conducido a que algunos progresistas y ciertas feministas se sumen al tradicional culto que ha rendido el liberalismo al derecho de propiedad, bajo la fórmula del “derecho de la mujer a disponer del propio cuerpo”, olvidando que al abortar la mujer no está disponiendo de su propio cuerpo, sino que “se dispone de una vida ajena”, según señalaba el liberal Bobbio. Ello sin perjuicio de que, como decía Elizabeth Cady, una de las fundadoras del movimiento feminista norteamericano, resulta contradictorio luchar contra un machismo que considera a la mujer como un objeto apropiable, y a la vez pretender que las mujeres puedan tratar a sus hijos no nacidos como una propiedad que pueden desechar cuando quieran.

En resumen, una parte del progresismo olvidó las premisas que lo definían, abrazando las banderas de un liberalismo individualista que poco tiene que ver con los ideales originales. Como señala Delibes, con el tiempo el progresismo no sólo vaciló, sino que además comenzó “a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada”. Sin embargo, algunos progresistas seguimos postulando la defensa de los indefensos y rechazamos cualquier forma de violencia en contra del inocente, porque “la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado”.

 

José Ignacio Martínez Estay, Profesor de Derecho Constitucional, Universidad de los Andes.

 

 

FOTO:NADIA PEREZ/AGENCIAUNO

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