Los actuales índices de abstención electoral, la apatía generalizada en el quehacer político, la crisis de confianza en las instituciones del Estado y, en general, el divorcio de la sociedad con sus representantes, hace aún más áspera esta atmosfera de sospecha y desconfianza que se ha instalado en nuestro país. Sociólogos y analistas de diversos domicilios han tratado de explicar este malestar que amenaza con desestabilizar al poder político y transformar el mapa del poder en Chile.
Durante años, la derecha en Chile ha afirmado que si nuestro país crece 7% anual durante una década, lograremos ser un país desarrollado. Por otro lado, la izquierda apuesta permanentemente por reducir la desigualdad vía impuestos y transferencias directas a los más pobres. Ambos paradigmas se han construido y alimentado desde el poder político formal, en paralelo a las transformaciones culturales y los cambios sociales que ha sufrido nuestra sociedad. La agenda política, en muchos casos, no hace más que delatar el narcisismo y la miopía de muchos dirigentes. ¿Cuánto le importa a las familias del campamento San Francisco en San Bernardo que se haya cambiado el sistema binominal? ¿Cómo le afecta a las manipuladoras de alimentos en Chile -a las que el AUGE no les cubre patologías como la tendinitis, y cuyos bonos anuales (imponibles) las dejan en el tramo C de FONASA- la reforma laboral anunciada recientemente? ¿En qué ayuda la reforma educacional a las familias del sector Pedro de Valdivia en Concepción, que tienen miedo de mandar a sus hijos al liceo del barrio, porque existen alumnos que entran con cuchillos y armas de fuego a clases? ¿De qué forma una asamblea constituyente ayuda a generar mejores condiciones de vida?
Resulta evidente la dicotomía, el absurdo; sin embargo, esa es la agenda que ha copado titulares y noticiarios durante el último año, amén de un programa que se presenta como depositario de la voluntad y las aspiraciones de población. La mala noticia para la derecha, y la razón de por qué no logra capitalizar en este escenario, es que para denunciar lo anterior, hay que estar conectado con el Chile profundo donde se fragua el descontento, y en eso, la derecha tiene una deuda.
Pero la derecha no solo tiene una deuda “afectiva” con el Chile profundo. Tiene además una débil postura frente a las reformas que impulsa el Gobierno. Me hubiese gustado ver a la oposición en un rol más propositivo, por ejemplo, en la discusión de la reforma tributaria. Si la aprobación de ésta era inminente e inevitable, en vez de oponerse, hubiese sido mejor proponer, con los recursos que recauda la reforma, subir la pensión básica solidaria (PBS) para nuestros adultos mayores, quienes deben sobrevivir con 80 mil pesos al mes; o proponer erradicar los guetos de pobreza como Bajos de Mena en Puente Alto a través del programa segunda oportunidad. Hay una evidente sequía de acción, una tardía noción de oportunidad, un pragmatismo desordenado y desorientado de objetivos políticos a largo plazo, lo que termina por alejar a personas con una vocación genuina de servicio público y por supuesto, al electorado.
Si la derecha lograse una síntesis política fuera del paradigma Estado/mercado, incorporando la riqueza y el dinamismo del tejido social, transformado las urgencias sociales en prioridades políticas, podría construir un futuro programa presidencial que refleje e interprete este malestar, transformando esta crisis en una oportunidad para construir un Chile más justo.
Fernando Peña, Coordinador Movilidad Popular.
FOTO:PABLO OVALLE ISASMENDI/ AGENCIAUNO