Pilar Molina: El vuelo del ave
“Hay aves siempre insatisfechas que están mirando a otro lado. Cómo puedes estar disconforme si en tu corral son todas iguales y todas reciben lo mismo e igual trato. En mi bandada, en cambio, hay líderes que nos imponen sus reglas y si no las obedecemos, no nos permiten emigrar con su bandada que nos brinda protección en este vuelo de miles de kilómetros”.
Este diálogo me tocó escuchar, que puede ser atingente reproducir estos días:
Una linda ave está encerrada en un corral junto a sus pares. Tiene dos comidas diarias, la desparasitan, bebe el agua que requiere y tiene acceso al área al aire libre que le permite calentarse con el sol y atisbar la naturaleza lejana.
El otoño se enunciaba fuerte con sus tonos de cafés, rojos y amarillos en la tierra y el batir de las alas de aves migratorias en el cielo. Desde el aire uno de esos pájaros en vuelo a zonas más templadas es interpelada por su par desde el corral, que le grita desde la tierra firme: ¡Qué envidia tu libertad! El ave migratoria se sorprende del grito y le replica desde el aire, planeando hacia el corral: “Nada que envidiarme. Este viaje es de un tremendo stress. Nunca sabemos si lograremos llegar a tierras cálidas donde debemos empollar y criar nuestra descendencia”.
-Pero lo puedes intentar y vuelas! Eres libre para disponer emigrar o no, -le responde acongojada el ánade tras las rejas.
-Muchas veces la libertad es una trampa -sentencia el palmípedo afuerino desde el otro lado de la malla. ¿De qué sirve -continúa- si no te asegura el sustento y poder vivir en paz con tu pareja y tus crías? ¿De qué te vale si otros tienen mucho más que tú? Tú te quejas, pero yo tengo que afanarme para comer cada día porque si no encuentro semillas y pasto, no me alimento. Te lamentas, pero nosotros estamos expuestas al frío y a que cualquier depredador nos ataque y nos mate. ¿Cómo puedes ser tan mal agradecida y no dar gracias por todo lo que te procuran?
-Es cierto que el granjero nos protege del mal tiempo y de las aves rapaces. También ha puesto trampas para aniquilar cualquier amenaza terrestre, como coipos que tratan de ingresar al corral desde las aguas del estero que bordean nuestro sitio. Es verdad, asimismo, que nos procuran comida diariamente, pero el sabor en mi pico es amargo. Quisiera sumergirme en aguas vivas y desafiantes y picotear raíces y semillas de flores silvestres. Querría yo decidir mi destino, construir mi nido para empollar y no que el granjero resuelva todo para nuestro bienestar.
-Ahhh, hay aves siempre insatisfechas que están mirando a otro lado. Cómo puedes estar disconforme si en tu corral son todas iguales y todas reciben lo mismo e igual trato. En mi bandada, en cambio, hay líderes que nos imponen sus reglas y si no las obedecemos, no nos permiten emigrar con su bandada que nos brinda protección en este vuelo de miles de kilómetros.
-Pero si el costo que te imponen esas reglas es muy alto, siempre tendrás la opción de independizarte y seguir tu propio destino -insiste el ánade tras la reja. Decidir es tomar riesgos, es cierto, pero tú podrás aquilatar si es mejor una cosa u otra. Esa opción no la tenemos nosotras, día tras día encerradas. Iguales, por cierto, pero forzosamente iguales, cuando somos distintas. A mí me picotean, a veces, cuando el granjero no nos observa, sólo porque creen que tengo un espíritu libertario imprudente con el colectivo del que formo parte. Nadie reclama aquí porque nos cortan las alas y a mí, en cambio, me parece un crimen que nos obliguen a caminar cuando está en nuestra naturaleza volar.
-Eres un pájaro individualista -recrimina el ave visitante, ya impaciente para reemprender el vuelo. Sólo piensas en tu bien, en vez de apreciar el gran beneficio que reciben todos a cambio de un pequeño costo que es someterse al interés colectivo. ¡Eres un desperdicio!, le grita, estirando sus patas y agitando sus alas para empezar el ascenso hacia el cielo, presto a volver a su grupo migratorio.
El ánade encerrado ve las bellas plumas del visitante desplegándose en dirección a las nubes y no puede evitar las lágrimas. No sabe por qué llora, tal vez porque su par libre nunca le ofreció cambiar de lugar. Habría aceptado sin chistar perder sus certezas pedestres por volar hacia la libertad.
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Consultor de empresas -
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Máster en Economía de la Escuela Austriaca. Universidad Rey Juan Carlos, Madrid, España.
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