Un liderazgo efectivo, ese que entusiasma, suscita confianza e inspira, sobre todo en momentos críticos (como ahora) se ha hecho cada vez más escaso en nuestro espacio público, ya que incluso quienes no se han entregado a la agradable sensación (como anestésica) que conlleva ejercer poder se ven opacados por los “actores sociales” más que líderes (ya que no es lo mismo visibilidad versus “notoriedad”) que equivocadamente confunden las atribuciones del cargo, sus apariciones en los medios o los comentarios favorables de sus asesores como fuentes que acreditan su capacidades. Ejemplos de los que “se creen el cuento” ha habido y habrá varios más; sin embargo, los de liderazgo que se retienen en la memoria de las personas (por ende, de la sociedad) no son aquellos impuestos por jerarquía.

En septiembre del año pasado, dediqué una columna a la extraordinaria figura de Ángela Merkel por su capacidad de inspirar respeto, admiración y confianza. Una mujer notable que supo sembrar en un terreno tan difícil e, incluso, a veces hasta infértil como es la política. Es por eso, que a diferencia de tantos otros que llegan hasta ahí sólo con las ganas de cosechar, los frutos (éxitos) de su gestión no han sido sólo para ella sino también para su país beneficiado de tener a una líder que ha sabido mantenerse paciente, segura, amable y sencilla desde mucho antes de la pandemia. Es por eso, que verla esta semana sola (detalle no menor) frente a las cámaras expresando sus disculpas tras echar pie atrás a la suspensión de actividades durante la Semana Santa en una pulcra y escueta puesta en escena contrasta demasiado con nuestra realidad. Primero, porque no demoró en hacerse cargo personalmente para descomprimir el ambiente y bajar la ansiedad que provocan los cambios abruptos de información, sino también porque reorientar a una población poco acostumbrada a salirse del libreto requiere mucho más que un buen manejo comunicacional. Merkel lleva años demostrando coherencia en su actuar, respeto por quienes integran su equipo, estrechando lazos más allá de la política y abierta a recibir críticas (eso sí sólo las bien fundadas). Esto último, delata su sentido del humor, seguridad y que sabe distinguir lo verdaderamente importante.

Ahora volvamos a nuestra realidad. La de marzo fue como para meter al freezer y dejar congelados a varios “actores sociales” y así dejar de oír sus destemplanzas. Tengo varios candidat@s, pero, sin duda, la que arrasó con todos los premios del mes por su manera de descalificar prácticamente a todos los responsables de conducir (y asumir los errores) de esta pandemia fue Izkia Siches. Quizás demasiado expectante sobre su futura proyección internacional tras ser mencionada en un puñado de medios extranjeros, la doctora no quiso dejar títere con cabeza (por lo menos los del Minsal y los del Ejecutivo) aprovechando cuanta entrevista otorgó a medios locales previo a comenzar su período de prenatal.

Sin embargo, en lo que quizás no reparó la astucia de la presidenta del Colegio Médico es que el verdadero daño de sus dichos tarde o temprano recaerá más sobre ella que sobre los “infelices” que llevan meses haciéndole frente a la pandemia y ahora, además, tienen que bancarse su desprecio público.

Saberse poderoso es una cosa, pero no entender que es el respeto y no la intimidación lo que valida un liderazgo y lo perpetua en el tiempo es otra muy distinta. Aprender a ser un buen líder toma tiempo y requiere templanza, por lo que quizás el desafío más grande para quienes han ostentado cuotas de poder venga el día después que dejan el cargo. En el caso de Angela Merkel, dudo que deje de conservar su autoridad, inspirar respeto y seguir siendo un referente. Sin embargo, no estoy tan segura de que pueda afirmarse lo mismo sobre el futuro de Izkia Siches y varios otros “actores sociales” hoy más visibles que notables por su forma de ejercer poder.

@LaPaulaSchmidt.

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