Las consecuencias de la última PSU, una vez más, comprobaron que nuestro sistema educativo está al debe. Más de 264 mil jóvenes la rindieron. Sin embargo, cerca de 105 mil no podrán optar a becas o beneficios académicos por no alcanzar el mínimo de 500 puntos para postular.

El patrón, año a año, sigue siendo el mismo. Las comunas de la Región Metropolitana como Vitacura, Las Condes o Providencia concentran los mejores resultados, mientras que Villa Alemana, Alto del Carmen o Alto Bíobío, todas a kilómetros de Santiago, están a años luz de brindar más y mejores oportunidades a sus estudiantes. Por otra parte, la brecha entre quienes ingresan a colegios particulares pagados versus los establecimientos municipales es escandalosa: 126 puntos más en Lenguaje y Matemáticas. Una herida abierta para las familias que se adhirieron con ilusión a una reforma educacional que les prometía, en menos de cuatro años, mayor equidad e inclusión.

Lamentos profundos a lo largo del país y me imagino que más de alguna autoridad con remordimiento de conciencia, ya que la calidad de nuestra enseñanza escolar, sobre todo para quienes más la necesitan, sigue (y seguirá por mucho tiempo) demostrando que la mayoría de los chilenos, simplemente, son mal educados.

Hasta el momento, lo que nos distingue y aparta de los mejores es nuestro elevado gasto y resultados comparativamente bajos.

Cada mes de diciembre, cuando la PSU acapara la atención pública, resurgen las voces técnicas, académicas y políticas que sólo logran desorientar a la población.  Sus desacuerdos, críticas e “ingeniosas” nuevas ideas se acoplana un debate estéril que dice poder alcanzar altos índices de calidad, como Singapur, Japón o Estonia, pero haciendo todo lo contrario. Medias verdades, el escaso compromiso de entidades como el Colegio de Profesores y políticas de gobierno sin mayor continuidad son lo que carcome a nuestra educación. Hasta el momento, lo que nos distingue y aparta de los mejores es nuestro elevado gasto y resultados comparativamente bajos.

Si queremos realmente posicionarnos en lugares más aventajados, además de paciencia, coordinación y perseverancia, necesitamos derribar algunos de los mitos que han sido superados por los mejores sistemas educacionales en el mundo. Desde que los estudiantes más vulnerables poseen menor rendimiento, que el gasto es lo que importa para elevar la calidad, que el mundo digital obliga incorporar más materias o que para tener éxito en la vida se requiere nacer con talento.

Para soñar en serio con calidad en nuestra educación, el verdadero tema de conversación cada vez que se publican los puntajes de la PSU no son sus resultados, sino discernir qué pasó mucho antes, en las salas de clases de los estudiantes.

Para Chile, el eslabón perdido en todo esto son sus profesores. A diferencia de lo que ocurre en Finlandia o Corea del Sur, donde los niveles de exigencia son altísimos para siquiera postular a ser educador, con un currículum desafiante que le permitirá utilizar su creatividad y cuyo buen desempeño le brindará proyección y un importante aumento salarial, el profesorado en nuestro país, además de no recibir un trato preferencial, sabe, de antemano, que sus esfuerzos y desgaste no serán proporcionales a la hora de obtener mayores beneficios que enriquezcan su labor.  Algo que va más allá de sólo incrementar el sueldo. La mochila que carga un profesor, mucho antes de serlo, es que, para desempeñarse, deberá primar su vocación, antes que su profesionalización. Bajas expectativas generan baja motivación. Un hilo que se corta fácil con el correr del tiempo.

Por lo tanto, para soñar en serio con calidad en nuestra educación, el verdadero tema de conversación, cada vez que se publican los puntajes de la PSU, no son sus resultados, sino discernir qué pasó mucho antes, en las salas de clases de los estudiantes, ya que al parecer son nuestros profesores quienes, sin tener toda la responsabilidad, resultan ser los más mal educados de todos.

@LaPolaSchmidt

 

FOTO: FRANCISCO CASTILLO D/AGENCIAUNO