A la hora de infectar a un ser humano, el coronavirus no hace distinciones si éste integra la lista Forbes o si es un inmigrante desempleado. El Premier inglés, Boris Johnson, y el famoso actor hollywoodense Tom Hanks son dos ejemplos que confirman que incluso los más poderosos y privilegiados pueden convertirse en víctimas de la pandemia. No obstante, sí existen diferencias que los sitúan en una clara posición de ventaja para sortear con mayor éxito la pandemia.

Como si ya no fuera suficiente, la crisis sanitaria, además de causar daño a la salud de las personas, restringir su libertad y obligarlas a un paréntesis forzado de encierro, también ha expuesto el rostro desfigurado y hostil de la desigualdad, ya que la precariedad con la que algunos deben sobrellevar la nueva realidad es sobrecogedora. La desigualdad no sólo se refiere a lo económico, también interfiere a largo plazo sobre el capital social de una nación. El film “Parásito”, reconocida como la mejor película en los últimos premios Óscar, refleja muy bien cómo el comportamiento humano es frágil cuando la enfrenta, debido a su capacidad para alterar nuestra mirada sobre el mundo, generar inseguridades y permear en nuestras relaciones.

Si bien es cierto que disminuir la brecha de los salarios es parte importante de las políticas económicas de los gobiernos, creer que la desigualdad se evapora sólo con crecimiento sería un error. El Índice Global de Movilidad Social del Foro Económico Mundial demuestra que incluso en las economías más robustas, como las de Estados Unidos o Francia, las disparidades en el acceso a la tecnología, educación o salud pueden alargar incluso por 6 generaciones o más el salto desde la pobreza hacia el estrato medio. Por otra parte, el New York Times, recientemente publicó una columna que enluta aún más el desolador panorama sanitario que aflige a los norteamericanos, ya que pone el dedo en la llaga sobre las desigualdades sociales que hoy resaltan a la vista debido al virus.

En Chile, a pesar de los logros y reconocimientos por cómo hemos llevado a cuestas el peso de la crisis, el futuro de su población más vulnerable no es alentador, ya que incluso antes del 18 de octubre las disparidades en vivienda, conectividad, condiciones laborales, socioculturales y de salud eran un enorme desafío para el gobierno. Acorde al estudio sobre el Índice de Calidad de Vida Urbana, de la Universidad Católica y la Cámara Chilena de la Construcción, del total de 93 comunas en el país, sólo 17 están en el rango superior. Esto significa, entre otras cosas, que la expectativa de vida de los chilenos puede diferir hasta en 11 años según su domicilio, o que los santiaguinos demoren en promedio una hora y media más en transportarse durante horario peak en comparación a sus pares de regiones. Sin embargo, la luz al final del tunel sí existe, ya que San Miguel y Talca han demostrado que el presupuesto no lo es todo a la hora de focalizar y gestionar de manera correcta los recursos, cumpliendo no sólo con las expectativas de sus habitantes, sino también con la posibilidad de proyectarlos en el tiempo.

Aunque no sabemos cuándo llegará el día en que el Covid-19 deje de invadir nuestros pensamientos ni cómo dejará de sembrar injusticias, es ahora cuando debemos tomar conciencia que la desigualdad nos estará esperando para ser resuelta no sólo a través de medidas económicas, sino también por nuestra capacidad de afrontarla con actos de cooperación y reciprocidad, las que, al igual que el coronavirus, no hacen distinciones sociales, pero sí ofrecen grandes lecciones de humanidad.

@LaPaulaSchmidt