Aunque todavía seguimos sintiendo las secuelas del terremoto político del domingo 4 de septiembre, es momento de comenzar a buscar una forma para lograr que el país salga de forma exitosa del foso de este proceso constituyente en el que se encuentra atrapado. Como es evidente que la constitución de 1980 ya no va más, hay que buscar una forma expedita y eficiente de redactar un nuevo texto constitucional. Después de la mala experiencia de la convención constitucional, repetir el camino de una elección de convencionales es una mala idea. Es hora de aceptar que, después del fracaso del proyecto de convención constitucional electa, el mejor camino para avanzar es a través de una convención constitucional nombrada por el Congreso Nacional que produzca un texto que pueda ser aprobado por una mayoría todavía superior al 62%.
La derrota de la propuesta de nueva constitución no fue solo una derrota del gobierno del Presidente Boric —y vaya que el gobierno sintió el golpe. Tampoco fue una derrota de la convención constitucional. Los convencionales ya se habían encargado de destruir su propia imagen y de farrearse la confianza que el electorado había originalmente depositado en ellos.
La derrota del 4 de septiembre también alcanzó a la idea de que un proceso democrático para la redacción de una nueva constitución iba a necesariamente terminar con un texto que fuera claramente superior a la constitución actual. Aunque el Presidente Boric dijo que cualquier cosa sería mejor que un texto redactado por la dictadura, la victoria del Rechazo el 4 de septiembre dejó en claro que una abrumadora mayoría del país cree que hay cosas peores que la constitución de Pinochet. Por ejemplo, aquella propuesta por la convención constitucional.
Es cierto que muchos, incluido el Presidente Boric, quieren intentar hacerlo todo de forma similar a la primera vez. Pero una buena definición de locura es volver a hacer lo mismo y esperar resultados diferentes. Nada garantiza que una nueva convención constitucional democráticamente electa sea más razonable o responsable que la que deliberó entre julio de 2021 y julio de 2022.
El país tampoco puede permanecer para siempre en estado de proceso constituyente. Lo peor que nos puede pasar es convertirnos en una parodia del día de la marmota —aquella celebrada película protagonizada por Bill Murray que describe la historia de un periodista que se ve forzado a vivir el mismo día cada 24 horas.
Afortunadamente, hay bastante consenso en la necesidad de completar exitosamente el proceso constituyente en un periodo razonable de tiempo. Ya vamos a cumplir tres años en este proceso. Nadie quiere que dure mucho tiempo más.
Pero la necesidad de cerrar el proceso pronto choca con las ganas que tienen algunos de realizar una nueva elección para escoger a una convención constituyente. El calendario simplemente no da. Por cuestiones técnicas, no se puede realizar una nueva elección antes de mediados de diciembre. Pero la temporada de Navidad, y después el verano, son malos momentos para celebrar una elección. Si la elección se fija para marzo, la convención recién podrá comenzar a trabajar en abril. Aunque tuviera solo tres meses para redactar el texto, no podría haber un referéndum de salida antes de septiembre de 2023. Para entonces, el país ya tendrá una evidente fatiga constitucional.
Afortunadamente, hay una alternativa razonable. El Congreso puede nombrar a una comisión de personas idóneas para redactar el nuevo texto. La comisión debiera tener paridad de género e incluir a expertos y personas comunes y corrientes. Incluso se podrían sortear algunos nombres del padrón electoral para que se sume la voz del pueblo. La presencia de expertos y un mandato limitado con un periodo de tiempo acotado podría facilitar el camino para producir una constitución que sea ampliamente aceptada por la población y que además logre producir más inclusión sin llevar al país a la quiebra y sin destruir las instituciones democráticas que tanto nos ha costado construir.
La alternativa de una comisión de personas idóneas permitiría producir una nueva constitución en un periodo razonable y daría señales claras al mundo de que Chile ha retomado el sendero de la sensatez, la gradualidad y la construcción de grandes acuerdos para enfrentar los difíciles desafíos que el país tiene por delante.
El hecho que es inviable iniciar un nuevo proceso constituyente no debiera ser visto como un problema. Es más bien una inmejorable oportunidad para construir a partir del elocuente mensaje que dio la ciudadanía el 4 de septiembre a favor de retomar el camino que permita que el país avance y mejore y abandonar el insensato camino refundacional.
*Patricio Navia es Doctor en Ciencia Política y profesor de la UDP.