Siempre es difícil predecir los resultados de un plebiscito. Pero cuando también hay incertidumbre sobre la participación electoral, resulta fácil anticipar que la opción que mejor movilice a sus bases y logre que sus simpatizantes salgan a votar celebrará la noche de la votación. Por eso, como no sabemos cuántos de los 15 millones de personas habilitadas se molestarán en ir a votar el 4 de septiembre, la principal preocupación de los comandos debiera ser montar una operación efectiva para lograr movilizar a un mayor número de votantes ese domingo. 

Los plebiscitos en general son más difíciles de predecir que las elecciones. Después de todo, en una elección la gente escoge entre candidatos de carne y hueso. En un plebiscito, la gente debe escoger entre promesas que muchas veces resultan etéreas. Si en una segunda vuelta podemos anticipar que el gobierno adoptará políticas más de izquierda o más de derecha dependiendo de quién gane, en un plebiscito resulta más difícil anticipar qué ocurrirá en el país si gana el Apruebo o el Rechazo. 

Es verdad que en este plebiscito, como ocurre muchas veces, las opciones se han asociado a posiciones ideológicas. Si gana el Apruebo, celebrará el gobierno de Boric, mientras que si gana el Rechazo, celebrará la derecha, desde Piñera hasta José Antonio Kast. Pero como hay un número grande de centristas y centroizquierdistas que van por el Rechazo, una victoria del Rechazo no será una derrota de toda la izquierda. De hecho, de los tres expresidentes de centroizquierda vivos, uno ha dicho que vota Rechazo, la otra dijo que vota Apruebo y el tercero, Ricardo Lagos, no ha querido decir cómo vota —aunque con eso ha dicho mucho sobre su poca convicción respecto al texto propuesto por la Convención Constitucional. 

Por eso, en esta ocasión resulta más difícil lograr que los votantes se ordenen en las trincheras electorales que regularmente los cobijan. Aunque las campañas del Rechazo y del Apruebo han buscado llegar más allá de sus bases ideológicas, el Apruebo ha tenido más dificultades para lograr abrirse más allá de sus bases tradicionales. El Rechazo, en cambio, ha logrado sumar voces y rostros que normalmente se asocian a posiciones de izquierda. 

Pero no basta con presentar mayor diversidad en el mensaje. Como nadie sabe cuánta gente saldrá a votar en esta contienda, la movilización de electores se convierte en el arma decisiva en los pocos días que quedan de campaña.  

La obligatoriedad del voto y la inscripción automática pudiera llevar a presumir una participación mucho mayor que el rango de 45-55% que hemos visto en años recientes. Pero como votar es parecido a aprender a fumar o a conducir un automóvil (es improbable que alguien que no lo hizo antes de cumplir 40 años lo vaya a hacer después de esa edad), es razonable anticipar que, aunque la participación aumente significativamente el 5 de septiembre, estaremos lejos de llegar a un 90% de participación electoral (13.5 millones de personas). 

Afortunadamente, no se necesita un aumento tan grande en la participación para cargar la balanza. Si los 8,4 millones que votaron en la segunda vuelta de diciembre de 2021 (55,6% del padrón) pasan a ser 10 millones (67%), la entrada de nuevos votantes fácilmente pudiera cargar la balanza para cualquier opción más allá de lo que digan las encuestas hoy. Después de todo, el gran problema que tienen las encuestas es estimar los votantes probables. Como esa estimación se basa en el comportamiento pasado, el ingreso de un grupo grande de nuevos votantes hace inservibles esos modelos predictivos. 

De ahí que el gran desafío para los comandos y partidarios de cada opción sea asegurar la participación de sus simpatizantes y atraer nuevos votantes a las urnas. La tarea no es fácil. La gente que no vota en general está menos interesada en política y no participa de asociaciones y grupos sociales que normalmente movilizan votantes. Los algoritmos de las campañas en redes sociales no llegan a esos potenciales electores, por la misma razón que un algoritmo que busca identificar potenciales consumidores de marihuana no llega a personas de la tercera edad que son asiduos asistentes a eventos religiosos tradicionales y tienen valores conservadores. 

Pero movilizar votantes blandos —aquellos que, de ir a votar, apoyarían tu opción— no es imposible. Los comandos tienen que centrarse en cosas simples, como ayudar a que la gente sepa cuál es su local de votación y su número de mesa, o ayudar a la gente a llegar a sus locales de votación el día de la elección. 

Por eso, más que centrarse en mirar encuestas o discutir si la campaña televisiva es efectiva, los partidarios de cada opción debieran centrarse en la que realmente moverá la aguja el día del plebiscito, la movilización de simpatizantes y el trabajo en terreno para lograr que el mayor número de partidarios de cada opción pueda llegar a las urnas. Predecir el resultado de una elección competitiva siempre es difícil, pero resulta fácil ver qué comando está haciendo mejor la tarea de prepararse para la gran batalla final del día de la elección, la movilización de los votantes. 

*Patricio Navia es sociólogo, analista político y profesor de la UDP.

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Patricio Navia

Sociólogo, cientista político y académico UDP.

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