Las discusiones de las últimas semanas acerca de la “última cama”, “manejo compasivo”, “muerte digna” entre otros, han hecho emerger problemáticas y preguntas a las que los chilenos estábamos escasamente acostumbrados. No era frecuente en nuestra sociedad y cultura que estos temas estuvieran habitualmente sobre la mesa, aunque en ocasiones se discutieran en privado y en voz baja. No estábamos tampoco acostumbrados a plantearnos límites de tratamientos por escasez absoluta de recursos. Pero con la llegada del COVID-19 y las experiencias que se han reportado en otros países, el tema se ha vuelto insoslayable.
Lo cierto es que estos temas son habituales en salud y no solo en nuestro país, sino en cualquiera, pues los recursos nunca han sido, ni serán inagotables. Pero en sencillo: ¿cuál es la clave de la cuestión? Pues, la dificultad para discernir quiénes se beneficiarán de qué terapias o suspensión de terapias. Sí, porque no siempre iniciar una terapia es lo mejor para la persona toda, porque iniciar una medida siempre implica renunciar a otra cosa, tolerar efectos adversos o eliminar vías de acción alternativas. No existe terapia alguna que no conlleve efectos adversos o riesgos.
¿Cómo se hace este discernimiento? Según la búsqueda de lo mejor, del bien para la persona contextualizada en un lugar, con recursos concretos, siempre limitados, pero también con una determinada biografía, con valores personales y familiares, con creencias espirituales y religiosas.
Evidentemente un discernimiento que tome en cuenta todas estas cosas no puede hacerse en unos minutos, aunque en ocasiones, haya que hacerlo. Pero en definitiva y como hemos afirmado desde el centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el principio de cuidar debe estar por encima del de curar. ¿Por qué? Porque curar se refiere en primer lugar al restablecimiento de funciones biológicas, lo que no siempre es posible, mientras que cuidar se refiere a todo lo que se hace para alcanzar ese bien de la persona toda, independiente de la posibilidad real de curar.
Cuidar de otro es equilibrar y coordinar lo físico, lo sicológico, lo espiritual, lo social y familiar para que todo eso sea congruente con el bien de la persona toda y nunca un obstáculo. Por último, la búsqueda del bien de otro, no se hace solo deductivamente, sino a través de una capacidad humana, no privativa de agentes sanitarios: la compasión, que está en la esfera de lo que llamamos amor. Así, un morir digno es morir cuidado por unos otros que buscan mi bien según la persona que soy y que seguiré siendo en mi agonía y en mi muerte.