A pocos días de conocerse los resultados de las elecciones municipales, que confirmaron el descontento ciudadano con el gobierno de la Nueva Mayoría, se ha instalado un clima de expectación sobre cuáles serán los caminos que el oficialismo y la oposición tomarán de cara a la carrera presidencial.

Si bien la encuesta Adimark de octubre pasado dejó varios cabos sueltos, permite ir perfilando la cuestión. Por una parte, la sorpresa de Alejandro Guillier ha ido ganando terreno —posicionándose no sólo como la figura política que da mayor confianza, sino también como el rival más competitivo frente a Sebastián Piñera—. Por otro lado, salta a la vista la disminución de quienes “no saben” o “no contestan”, que podrían ser una muestra de los más de nueve millones de electores que se abstuvieron de votar en la municipal y que podrían inclinar la balanza en las próximas presidenciales.

Lo anterior pareciera mostrar que, pese a los niveles de desafección, existe una ciudadanía que estaría dispuesta a participar, aunque al margen de la identificación partidista.

El factor Guillier nos habla de que, pese al desinterés por la militancia política, en Chile continúan siendo altos los niveles de respaldo a la democracia representativa: las personas están dispuestas a participar en la medida que exista la posibilidad de intervenir con opiniones, propuestas e iniciativas que sean recogidas por la institucionalidad política y se traduzcan en nuevas políticas públicas.

Por su parte, si bien Sebastián Piñera sigue liderando las encuestas, los resultados municipales deben ser tomados con cautela. El triunfo a largo plazo de Chile Vamos pasa por mirar estos resultados como una oportunidad para lograr legitimar los mecanismos de mediación política como formas de participación, como un complemento a las voces ciudadanas que, si bien muchas veces encarnan legítimas demandas, corren el riesgo de extremar sus posiciones y dar lugar a un descrédito de los consensos. En este plano, el papel de la sociedad civil organizada es insustituible.

Cabe recordar que los países del Primer Mundo, líderes en participación ciudadana, tienen altos estándares económicos y educacionales, pero además han desarrollado una gran valoración e identificación con la cultura local, con influencia en las motivaciones para participar. En lugar del descontento social, el incentivo está en el deseo de un mejoramiento constante de los vínculos sociales y la calidad de vida de las personas.

Este hecho se observa notablemente en los países escandinavos —Noruega, Suecia y Finlandia—, que actualmente tienen los menores niveles de desigualdad social. Desde los años 70, esos países han desarrollado modelos de participación en que las organizaciones sociales y los ciudadanos tienen un rol activo en la propuesta y deliberación de políticas públicas. Esto no ha sido fácil, pues han debido superarse las dificultades de conciliar necesidades particulares con las de bien común, la presión del lobby y los intereses de la clase política, entre otros. Sin embargo, estos sistemas pudieron consolidarse en la medida que la participación ciudadana fue integrada a la enseñanza escolar e incorporada a distintos aspectos de la vida cotidiana, realizándose un trabajo conjunto entre el Estado, las organizaciones sociales y los ciudadanos.

Este enfoque hacia la participación y el involucramiento de la sociedad civil podría ser el concepto que Chile Vamos anda buscando para retomar su visión comunitaria con base social. La promoción de la participación directa en espacios locales, con una mediación constructiva de la autoridad política, puede ser el mejor antídoto a las reformas centralizadas y radicales. Esto probablemente le permitiría reencontrarse realmente con la ciudadanía y construir una relación de más largo plazo.

 

Antonio Correa, director ejecutivo de IdeaPaís

 

 

Foto: SKY REC DRONE / AGENCIAUNO

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