Las últimas semanas no han sido buenas para el gobierno de la Presidenta Bachelet. Las encuestas han mostrado una baja de apoyo, tanto a la persona de la Presidenta como a su gobierno y, por primera vez, la desaprobación a la Mandataria es mayor que la aprobación. Sin duda el déficit en materia de seguridad y el mal desempeño de la economía le están pasando la cuenta a este gobierno.
A lo anterior se han sumado distintos problemas al interior de la coalición gobernante, siendo los más agudos aquellos relacionados con la reforma educacional que está impulsando el Gobierno. Las públicas recriminaciones del senador Fulvio Rossi, presidente de la Comisión de Educación, al senador Ignacio Walker, presidente de la DC y miembro de esa comisión, mantuvieron por días un conflicto entre dos figuras importantes de la Nueva Mayoría. Tanto o más grave que lo anterior fue el rechazo de los senadores de la Democracia Cristiana a una decisión gubernamental de darle un curso más rápido a la tramitación de la reforma educacional en el Senado. La imagen de la bancada de senadores DC dando un verdadero “cuadrillazo” al ministro Peñailillo habla por sí sola del estado de las relaciones en la Nueva Mayoría.
Por otra parte, las fallas reiteradas en el Metro, que produjeron una explicable indignación en la población, dieron pie también a conflictos internos en el Gobierno.
Esta suma de problemas hizo aflorar críticas a la forma en la que se estructuró el Gobierno y a la conducción política, las que, por provenir con mucha más fuerza desde la propia coalición gobernante, dieron origen a rumores sobre cambios inminentes en el gabinete.
¿Cuál fue la reacción del Gobierno ante este deplorable cuadro? Pan y circo.
En primer lugar, circo. Esto es, jugar el capital político de la Presidenta. Las apariciones públicas de Bachelet han sido numerosas y, en varias oportunidades, llegó vestida con el delantal blanco, apelando a su condición de médico en un país donde los doctores gozan de una aureola especial. Además, retomó la costumbre de retar públicamente a sus ministros, y los llamó a “trabajar más”, dando un “tirón de orejas público” que busca calmar a la opinión pública. Por último, con mucha publicidad citó un comité político en Cerro Castillo en el que se intenta demostrar que está trabajando para resolver los problemas de la desaceleración y la seguridad.
En segundo lugar, pan. Ya hizo dos anuncios dirigidos directamente al bolsillo de la clase media, como son el congelamiento de las tarifas de agua potable y la modificación del MEPCO, que permitirá rebajar el precio de la bencina. Además, se anunció el fin del embarazo como preexistencia. Por cierto, todas las noticias son buenas, lo que no se dice es que ninguna de esas medidas es gratis. Quizás por eso Hacienda está evaluando la emisión de un bono soberano, el cual se sumaría a los recursos recaudados con la reforma tributaria. Es decir, dinero para sostener la política de pan y circo hay de sobra, lo cual no deja de ser preocupante.
Pero ninguna de estas medidas apunta a solucionar el problema de fondo: la inconformidad de los chilenos con un conjunto de medidas radicales que buscan desmantelar el sistema de mercado. Y a menos que este gobierno anuncie un giro sustantivo a su programa, persistirá el rechazo hacia él por parte de la ciudadanía, el clima de crispación interno en la Nueva Mayoría y la incertidumbre en el mundo privado.
¿Por qué razón la mayoría del país votó por Bachelet y ahora se desdice y le quita su aprobación al Gobierno en las encuestas? La respuesta, según mi entender, es que existe una gran distancia entre la promesa de una futura igualdad (la igualdad como un valor, como una aspiración) y la realidad concreta de pérdida de libertad que implica tratar de imponer por ley algo que es una aspiración imposible. Es decir, cuando le dicen al votante que el programa de gobierno quiere lograr una mayor igualdad en educación, este lo apoya. Pero cuando dicha promesa “aterriza” en una medida concreta, que es quitarles la libertad a los padres de elegir qué colegio quieren para sus hijos, entonces ya no está tan de acuerdo. Lo mismo sucede con la reforma tributaria: las personas pueden apoyar una mayor acción niveladora del Estado, pero cuando se dan cuenta de que el dinero saldrá de su bolsillo, el respaldo parece esfumarse.
En otras palabras: los chilenos no están dispuestos a renunciar a su libertad actual para obtener una igualdad dudosa y futura. Tampoco están dispuestos a que les cambien un modelo en el cual están inmersos y del que reciben muchos frutos. Hoy existe una clase media empoderada que está dispuesta a defender sus intereses y será difícil para este gobierno usar su mayoría en el Congreso y arrebatarle libertades conquistadas.
También es un problema de fondo, que en nada solucionan las medidas adoptadas por el Gobierno, el hecho que dentro de la coalición gobernante no todos tienen la idea del igualitarismo a ultranza. Es de esperar que predomine la cordura al interior del bloque y que no se vaya en contra de la propia ciudadanía para instaurar un programa ideológico y retrógrado, que ha puesto en jaque no sólo la meta de ser un país desarrollado, sino que el logro no menor de ser un país libre, que confía en las personas.
Jovino Novoa, Foro Líbero.
FOTO: PEDRO CERDA/AGENCIAUNO