Los que somos más jóvenes entendemos y comprendemos las pasiones y dolores de aquellos que vivieron la época de Allende y Pinochet. Somos juiciosos y sensibles en muchos aspectos, pero en lo formal, la discusión de si es dictadura o gobierno, si fue golpe o pronunciamiento, e incluso si Allende o el mismo levantamiento militar fueron acaso constitucionales en su actuar, es tan pragmáticamente válido para construir el futuro constitucional del país como debatir sobre si debiesemos reconocer en O ́Higgins o Carrera al Padre de la Patria. No estoy desmereciendo la historia, por el contrario, la respeto y honro profundamente. De la historia debemos aprender para no cometer los mismos errores en el futuro, pero la principal condición para que ello ocurra es que el aprendizaje sea objetivo.

Si en vez de focalizar los esfuerzos por adoctrinar a los jóvenes (como lamentablemente se intentó conmigo) en base a hablar solo de dictadura, y en su reemplazo nos hubieran enseñado que Pinochet solo llegó al poder como consecuencia de una sociedad polarizada, violenta, poco tolerante, y en un contexto internacional sumido en profundos conflictos económicos e ideológicos, quizás podríamos actuar de manera distinta en esta oportunidad. Si nos hubieran enseñado a ver las cosas con mesura, templanza y rescatar de cada gobernante sus principales iniciativas, errores y poniendo el foco en el aprendizaje para el futuro, en vez de solo ver la sombra ensangrentada que nos pisa el zapato, entonces podríamos pensar en el Chile de los próximos 50 y 100 años. Pero no, es más fácil pensar que Chile se fundó en dictadura un 11 de septiembre del ‘73 y que todo lo que ha pasado es gracias/culpa de la constitución de Pinochet y su supuesto «neoliberalismo».

Creo que el Chile al que aspiramos la gran mayoría requiere reconocer que la nación existe antes de la llegada de Colón a América. En esta tierra han existido pueblos indígenas, democracias y dictaduras, se han desarrollado guerras civiles e internacionales con países que hoy son amigos; es un país con una economía competitiva y con mucho valor agregado (a diferencia de lo que gran mayoría quiere creer), una nación que quiere salir adelante en lo personal, lo familiar, lo emocional, lo espiritual, así como también en lo económico.

Sus ciudadanos, instituciones, líderes políticos y sociales han de valorar y resguardar la libertad personal, económica y moral, y con ello entender que el rol social es el llamado a la construcción de un marco de justicia que resguarde las decisiones personales, que asegure que no habrán personas sometidas ni bajo coerción, así como personas que, viéndose vulnerados en sus derechos o enfrentados a escenarios de escasez de oportunidades, encuentren una red de protección social y un marco jurídico simple, transparente y realmente universal.

El proceso constituyente, así como las diversas elecciones que se vienen, son parte importante de ese proceso que requiere por sobre todo desarrollar capacidades de conversación, escucha activa, diálogo proactivo y sobre todo que los Constituyentes se permitan ser convencidos, en base a argumentos técnicos y basados en comparaciones internacionales con amplia evidencia de éxito, no considerando esto como una señal de debilidad, por el contrario, como una evidencia de madurez personal y social que generarían pleno orgullo a los filósofos clásicos.

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