La historia registra innumerables asambleas constituyentes, pero ninguna que haya redactado una constitución coherente y duradera. Y ello es sumamente explicable, porque redactar un texto constitucional en asamblea tiene tanto sentido como llenar un estadio de escritores para que creen un “Don Quijote de la Mancha”. No existen en la historia documentos importantes redactados “en patota” y se puede estar seguro que todo texto constitucional que haya hecho historia fue obra de una persona o de un grupo minúsculo de personas. De esa manera, uno podría preguntarse: ¿nunca fluyó un texto constitucional de una asamblea? La respuesta es simple: sí, muchas veces, pero siempre la tal asamblea solo actuó como caja de resonancia de un proyecto constitucional que ya estaba escrito o concebido al momento de iniciar sus sesiones. Aunque nos duela reconocerlo, las masas nunca crean nada y solo sirven para legitimar con ropaje universal lo que son ideas y proyectos individuales.

Si el antecedente histórico no es propicio para nuestra actual Asamblea Constituyente, menos lo es su gestación, su elección, su composición y su hasta ahora comportamiento. Se gestó en la idea de un conjunto de políticos aterrados que la lanzaron a la calle como una forma de desviar la atención de una poblada. Se eligió en una consulta precipitada, sin antecedentes y sin mayoría comprometente. De tanta improvisación salió electo un conjunto que nadie sabe con qué títulos aspiró a ser constituyente y que tiene que contratar falanges de asesores porque en realidad ni siquiera sabe, en la mayoría de los casos, qué es una constitución y la confunde con un pliego de peticiones sindical. Su comportamiento, nada de sorprendente, es más parecido a una compañía circense en gira que a un parlamento encargado de una tarea trascendental.

Como consecuencia de todo lo anterior, en menos de seis meses, la misma ciudadanía que le entregó una mayoría constituyente a los más afiebrados del país, le ha entregado un empate parlamentario a los sectores más mesurados y consecuentes que habitan nuestro territorio. Y lo ha hecho con el doble de los votos con que aquellos fueron electos. Si los constituyentes fueran personas racionales y autocontroladas, sabrían leer este cambio de tendencias electorales que, en una muy buena medida, se debe a sus propios comportamientos y desvaríos. Como esas cualidades no existen en dicha asamblea, lo que se puede esperar es una pugna de poderes en el que el que quedará peor parado será el país.

Si el comportamiento de la Asamblea Constituyente ya se llevó por delante la mayoría parlamentaria que en Chile tenía la oposición, su perseverancia en dicho comportamiento durante las próximas cuatro semanas seguramente se va a llevar por delante las posibilidades electorales de su padrino, Gabriel Boric. Me imagino la satisfacción con que en el comando de su rival ven a la Asamblea de show en la Araucanía, con más asesores comunicacionales que legales y discutiendo ideas tan positivas como el indulto de los delincuentes y la división de Chile en regiones autóctonas desempolvadas del baúl del pasado. Ese comportamiento les ahorra toneladas de volantes, carteles y controversias, puesto que no logran otra cosa que alarmar más a la gente sensata que queda en nuestro país.

Si todo lo señalado no ahondara el pesimismo frente al resultado de esta famosa Asamblea Constituyente, la historia de Chile no invita precisamente al optimismo. El país ha tenido diez constituciones y un proyecto afortunadamente nonato (las de 1811, 1812, 1814, 1818, 1822, 1823, 1828, 1833, 1925 y 1980, a las que hay que agregar el proyecto federal de 1826). De todas estas, siete fueron chistes malos y solo tres han presidido épocas largas y prosperas del país: la de 1833 que estuvo en vigencia 92 años, la de 1925 que lo estuvo por 55 años y la de 1980, que ha presidido los últimos 41 años, aunque completamente refundada bajo el gobierno de Don Ricardo Lagos. Ninguna de estas tres constituciones fundamentales fue fruto de una patota populista.

Si la actual Asamblea Constituyente en verdad fuera capaz de sensatez, deseara verdaderamente que su obra fuera coherente y duradera, y sinceramente pretendiera una gran ratificación popular de lo obrado, atendería a mensajes muy claros que le ha entregado la ciudadanía. Sus miembros fueron electos seis meses antes que el nuevo parlamento y con la mitad de la votación de éste, de modo que está palmariamente claro que sus desplantes no han tenido buena acogida y la mayoría ciudadana desea que abandonen la farándula y se dediquen a trabajar en serio y no peripatéticamente antes de perder toda relevancia.

En cuanto al nuevo parlamento, que será inamovible a lo menos hasta principios de 2026, tendrá que defender con fiereza sus atribuciones porque seguramente estas sufrirán continuos asaltos desde los poderes fácticos que en nuestro país pretenden ser más fuertes que las leyes y los preceptos constitucionales. Y para eso tiene que nunca perder de vista que una constitución es, en esencia, el organigrama de un estado, o sea es un elemento indispensable para que una comunidad viva en paz y avance hacia el progreso, que es lo único que puede terminar en Chile con la injusticia, la pobreza y la indignidad.

El domingo 21 de noviembre alumbró en Chile un rayo de esperanza, porque demostró que todavía existe una mayoría sensata que evitará que el país sea presa del desorden, la crisis económica y el desgobierno.

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