Sebastián Piñera sacó una ventaja de 14 puntos sobre Alejandro Guillier, candidato del continuismo, pero no logró hacerlo desde una base propia de por lo menos 40% de los votos, lo que le hubiese permitido contemplar con tranquilidad la segunda vuelta.
Por lo mismo, ésta no será mero trámite para el favorito, como se esperaba según las encuestas, y a Chile le planteará una disyuntiva inquietante y crucial: ¿Será nuestro país gobernado en los próximos años por la centroderecha o por una constelación de partidos de izquierda con intereses y objetivos distintos, cuando no contradictorios, que deberá enhebrar en las próximas cuatro semanas, de forma presurosa, algún programa? ¿Quedará Chile en manos de políticos, partidos y movimientos a los que une sólo oponerse a un triunfo de Sebastián Piñera? ¿Dónde está el factor positivo en esta estrategia, lo constructivo, lo propositivo?
Por lo mismo, las perspectivas del país se ensombrecen y se ven inciertas. No es lo mismo ser gobernados por políticos que saben qué aspiran a construir, que por políticos sólo unidos en lo que no quieren. Es de imaginar que el nuevo compás de espera que se abrió en la víspera impacte en el precio del dólar, las inversiones, la confianza empresarial y la recuperación económica. Chile venía por un mal camino en varios sentidos, y las expectativas de un triunfo seguro de Piñera estaban contribuyendo a la recuperación de la confianza y de la economía. Sería ingenuo querer ignorar que el resultado de anoche no impactará en el desarrollo.
Piñera representa una carta conocida. Se sabe, además, lo que ofrece en términos de programa de gobierno, así como en términos de estilo y capacidad. No ocurre lo mismo con Guillier, cuyo programa ha estado en entredicho. Sin embargo, ese programa o “compendio de programa” pasa ahora a segundo plano, porque lo urgente es algo diferente: tener que negociar a la brevedad, en el fondo, un programa mínimo entre la Nueva Mayoría, la Democracia Cristiana, el Frente Amplio (con sus doce organizaciones), el PRO de Marco Enríquez-Ominami, y las agrupaciones de Navarro y Artés. Los sectores que en segunda vuelta respalden de forma proactiva o velada a Guillier no podrán desconocer después que eso implica un grado de co-responsabilidad por su eventual administración.
Si dirigentes de la DC reconocieron en un momento que aprobaron el programa de gobierno de la Presidenta Bachelet sin haberlo leído, uno puede imaginar lo difícil que será que fuerzas tan disímiles puedan acordar en breve tiempo un itinerario claro, unívoco y articulado para conducir al país. Si el gobierno de Bachelet se ha caracterizado por las divisiones internas entre los partidos que integran la Nueva Mayoría, no es difícil imaginar el panorama con alianzas entreveradas y de último minuto.
Guillier sólo puede conseguir el apoyo del Frente Amplio si le hace guiños programáticos o acepta algunas de sus exigencias en política social y económica, lo que implicaría radicalizar la postura de la Nueva Mayoría. Una eventual radicalización tendría como efecto para Guillier la pérdida de sectores moderados, de inspiración socialcristiana o socialdemócrata, que votarían por Piñera en la segunda vuelta.
La paradoja de la elección presidencial es que la gran ganadora de ayer, Beatriz Sánchez, quedó fuera de la competencia. En este sentido, cuesta imaginar que un FA empoderado, que aspira a ser gobierno a mediano plazo, endose a Guillier sin imponerle cambios a su programa. Las diferencias programáticas entre el FA y la NM son infinitamente mayores que entre Piñera y José Antonio Kast. Aunque lograra imponer parte de su agenda y Guillier ganara en segunda vuelta, el Frente Amplio sería corresponsable de la gestión de gobierno y vería disminuidas sus posibilidades de llegar al poder en una nueva contienda presidencial.
Este domingo marca una nueva etapa en la política de Chile: con el FA se consolida una izquierda a la izquierda de la Nueva Mayoría, y con Evópoli se consolida un referente liberal que seguirá creciendo. La DC, por su parte, nos ofreció su ocaso.
La de ayer no fue una noche plenamente grata para ninguno de los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta. Ahora están obligados a ofrecer un programa sólido y a buscar el centro político. Sebastián Piñera deberá buscar el centro abrazando al mismo tiempo a Kast. Alejandro Guillier tendrá que buscar el centro tratando de abrazar a más de una docena de partidos y movimientos que están a su izquierda, y a una DC en crisis.
Piñera piensa que la jornada será dura, pero repite el esquema de segunda vuelta que lo llevó al triunfo en 2009. El candidato del continuismo, por su parte, sabe que está ante una tarea inédita, y que si conseguir el apoyo de toda la izquierda es en sí mismo una tarea titánica, más difícil sería, en caso de triunfar, dirigir un gobierno variopinto sometido a demasiadas turbulencias.
Roberto Ampuero, #ForoLíbero
FOTO: FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO