La familia de Shanti De Corte, una joven belga de 23 años, dio a conocer que había fallecido luego que se le practicara eutanasia, debido a un sufrimiento psíquico considerado por ella como irreparable. Los antecedentes disponibles señalan que Shanti tenía depresión severa y un trastorno de estrés postraumático que se manifestó luego de que fuera testigo del atentado del ISIS en 2016, que mató a 32 personas e hirió a más de 300. Desde entonces sufrió constantes ataques de pánico y síntomas de depresión, por lo que estuvo en terapia, incluyendo hospitalización en servicios de salud mental, donde sufrió abuso sexual por un compañero. A pesar de los numerosos medicamentos que consumía, tuvo dos intentos suicidas y, según sus propias palabras, estaba “como un fantasma que ya no puede sentir nada”, lo que la motivó a solicitar la eutanasia por sufrimiento psíquico insoportable. 

Tal como lo señala la legislación belga, la eutanasia es legal cuando una persona se encuentra en “una condición médicamente inútil de sufrimiento físico o mental constante e insoportable que no puede ser aliviado, resultante de un trastorno grave e incurable causado por una enfermedad o accidente”. La eutanasia o el suicidio medicamente asistido son controversiales, incluso cuando se trata de personas que padecen de una enfermedad terminal. 

En los países que han legislado a favor de la asistencia médica para morir, la mayoría la considera para dolencias físicas y excluyen la enfermedad mental. De hecho, en el proyecto de ley chileno, se optó finalmente por eliminar la posibilidad de solicitar eutanasia por esta causal. Motivos hay de sobra para hacerlo. A nivel mundial existe gran preocupación respecto de cómo desarrollar mejores estrategias para prevenir el suicidio, especialmente en personas jóvenes, por lo que permitir la eutanasia en personas con ideación suicida va en contra de estas iniciativas de salud pública. Por otra parte, algunos consideran que las personas con trastornos del ánimo -especialmente si tienen ideación suicida- no tienen la competencia suficiente para tomar este tipo de decisiones, por lo que no se cumpliría con una de las condiciones claves para que una solicitud de este tipo sea acogida. Finalmente, otros argumentan que sólo una dolencia física (demostrable con exámenes de diverso tipo) y no mental o sicológica (donde no hay demostración empírica de la gravedad de la condición) podría justificiar la solicitud de eutanasia.

Pero, si verificamos que la persona que solicita la eutanasia lo hace por tener una condición médica irreversible, que le ocasiona un sufrimiento mental “constante e insoportable”, que no puede ser aliviado con las herramientas clínicas actualmente disponibles, que lo hace estando plenamente consciente de las consecuencias de su solicitud y libre de presiones externas, no tendríamos argumentos válidos para discriminar a personas con problemas de salud mental del acceso legal a una muerta asistida. Porque si no, estaríamos considerando dos categorías distintas de sufrimiento, cuando en realidad éste es siempre una experiencia subjetiva y multidimensional, por lo que sólo la persona que lo experimenta es capaz de cuantificar cuán intolerable le resulta. En este sentido, la persona con un trastorno de salud mental es tan vulnerable como un enfermo terminal, por lo que tendría los mismos -no menos- derechos. Al final del día, esta discusión refleja lo difícil que es juzgar qué dolor debiera terminar en la aceptación de la muerte asistida de una persona. 

*Sofía Salas, Centro de Bioética, Facultad de Medicina, Clínica Alemana – Universidad del Desarrollo

Docente-Investigadora en Bioética, Universidad del Desarrollo

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