Un error mínimo al principio puede ser máximo al final. (Aristóteles).

Con la designación de José Miguel Insulza como agente de Chile ante la Corte Internacional de Justicia, se han moderado las críticas que surgieron por el manejo errático del canciller en el litigio con Bolivia, tras el fallo que desestimó las excepciones preliminares que interpuso Chile ante ese tribunal.

La opinión pública reaccionó con molestia ante el triunfalismo del gobierno luego del fallo, porque resultaba muy difícil creer que Chile había salido ganando, después de recibir un portazo tan claro como contundente por parte de los jueces (14×2). Una conducta que la ciudadanía castigó y que se vio reflejada con claridad en la caída del apoyo al canciller en las últimas encuestas.

El ex agente Bulnes renunció a su cargo debido a razones netamente personales. Su desempeño tuvo más reconocimiento de lo que él mismo alcanzó a percibir como encargado de la dimensión jurídica de la demanda. Las deficiencias que se hacían ver en la defensa de Chile apuntaban más que nada al manejo diplomático y comunicacional. Aún resuenan, por la incoherencia que reflejaban con el objetivo central de impugnar la competencia de la Corte, las palabras del canciller en respuesta a un exabrupto más de Evo: “¡Nos vemos en La Haya!”… un contraste notorio con lo que se percibía como una sólida defensa jurídica. Pero hubo errores más serios, como veremos a continuación.

En marzo de 2013, un mes antes de que Bolivia interpusiera su demanda contra Chile, un cardenal argentino era elegido al cargo papal, convirtiéndose en el primer Pontífice latinoamericano. Al asumir, el prelado expresó su deseo de ser conocido como Francisco I, en honor a Francisco de Asís, pastor de los pobres y marginados. No hubo que aguardar mucho para entender las razones que proyectaron a nivel global lo que ese sacerdote argentino venía practicando durante años en su arquidiócesis de Buenos Aires. Una labor concebida en la humildad, opción preferencial por los pobres, dedicada atención a la periferia, rechazo a la injusticia y a la desigualdad social.

A poco andar cayó el mundo rendido a sus pies. La opinión mundial reconoció el nacimiento de un nuevo líder, cuya potencialidad e influencia pocas veces se ha visto surgir con tal fuerza en la escena política contemporánea.

Nada que no estuviera en condiciones de prever una diplomacia profesional, y nada que excuse su falta de atención desde aquellos primeros guiños entre Evo Morales y el Sumo Pontífice, sellados en un fraternal abrazo en el Encuentro Mundial de los Movimientos Populares en El Vaticano. Era previsible que Evo, transfigurado en moderno Telémaco, se empeñara en designar a Francisco como mentor, para ayudarle en su propia Odisea. Esas claras señales fueron ignoradas por la Cancillería.

Meses antes, el gobierno de Chile había desperdiciado la oportunidad de tender puentes hacia el Pontífice. Se designó, por cuoteo o amistad política, a una embajadora en el Vaticano, carente de la experiencia diplomática necesaria, como también se nombró como embajador en Argentina a otro militante sin ningún vínculo con el clero, apostando a las simpatías que demostraba tener con “La Cámpora”. Se desconoce cuáles fueron los factores que influyeron más en el  gobierno para elegir sus opciones ante Argentina y El Vaticano en ese momento crucial. Si acaso fue el exceso de ideologismo, la improvisación, la ineptitud o la incapacidad para definir prioridades (todos factores infaltables en el patrón de mala gestión que ya conocemos), a estas alturas ya poco importa. Pero queda claro que esas malas decisiones resultaron fatales para la necesidad de asegurar la neutralidad papal en el litigio con Bolivia, dejando al descubierto una alarmante falta de visión y nula sintonía fina con un actor de primer orden en el terreno internacional.

Los errores de la Cancillería chilena no pasaron desapercibidos por Evo Morales, quien cultiva en público su pasión por el fútbol, pero en privado es un consumado ajedrecista. Evo, como buen estratega que es, debe haber seguido el consejo de Napoleón Bonaparte: “no interrumpas a tu enemigo cuando esté cometiendo un error”. Así, se fueron acumulando sin interrupción los errores que terminaron costándole muy caro a Chile. La grieta estaba hecha, y fue por ahí que Evo encaminó su ofensiva política que terminó con el explícito apoyo de  Francisco a la causa boliviana.

Quizá nunca se sepa en qué medida influyeron las expresiones del Pontífice en los jueces de la Corte, pero no debiésemos sorprendernos si más de alguno de ellos  “sucumbió” ante el poder moral de las palabras de Francisco. Tampoco debiera asombrar el impacto de su apoyo a Bolivia, en la cosecha de ese país de sucesivos apoyos internacionales a su causa.

La designación de una personalidad de la talla política y diplomática de José Miguel Insulza, como agente ha concitado un apoyo transversal. Insulza puede subsanar importantes deficiencias advertidas en el manejo diplomático de la defensa chilena en La Haya. Pero su reconocida capacidad y experiencia podrían no ser, por sí solas, suficientes y deberán complementarse, necesariamente, con una reflexión profunda y sincera de los errores políticos que pavimentaron el camino a este delicado proceso judicial. De no hacerlo, los riesgos que se corren pueden acabar en costos muy onerosos para el país.

 

Jorge Canelas, cientista político y embajador (r).

 

 

FOTO: AGENCIAUNO.

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