En la derecha creyeron que Piñera iba a ganar con el vuelo. Las encuestas alimentaron la sensación de un triunfo automático para el sector. Los números alentaron la confianza, las expectativas crecieron desmesuradamente. El cóctel se agrandó con la impericia de sus dirigentes, que no supieron leer el escenario político y social de un Chile que no cambió tanto como creían. Y el domingo surgió una gran desazón, porque los pronósticos no acertaron al porcentaje de votos que obtendría Piñera.
Pero el gran problema no fueron las encuestas. ¿Cómo es esto?
Sí, las encuestas orientan estrategias, ayudan a tener alguna referencia del mapa de las preferencias electorales. Pero no son suficientes en nuestro esquema de voto voluntario, con participaciones fluctuantes, y en circunstancias en que los partidos todavía no son capaces de agarrar la mano al sistema.
El problema no sólo es técnico. El problema está en que Chile Vamos, teniendo la cancha dispuesta para hacer un trabajo memorable, escogió la comodidad. Por una parte, hicieron una campaña sosa, fome, sin alma, poco ambiciosa. No entraron en disputas propiamente políticas, disputas por el sentido de la conducción. Lo justo para no meter las patas y administrar el éxito. Es verdad que la pole position es complicada, pero eso no puede ser excusa para salir por lo menos a pelear la carrera.
Por otra parte, se hizo una campaña centrada en lo cuantitativo —los números— por sobre lo cualitativo. Dicho de otra manera, la centroderecha no se atrevió a manchar la campaña de Piñera con valores un poco más identitarios que libertad, justicia y solidaridad, o al menos, darles un contenido propio y concreto. Lo que propone Piñera no es la misma libertad de la que habla Guillier, ni la justicia de Bea Sánchez, ni la solidaridad de Carolina Goic. Es algo diferente, tiene una historia y consecuencias distintas, pero no se ha trabajado por conceptualizar cada uno, darles algo más de profundidad intelectual, o un desarrollo que explique por qué son necesarios para Chile.
Los problemas anteriores traen como consecuencia un proyecto de futuro huérfano. La campaña de Piñera daba la impresión de que quería poco más que una vuelta a los 90, con un Estado más eficiente y mejor administrado, el mismo ideal de su primer gobierno. Esa es quizás la carencia más difícil de suplir. La derecha, como se vio en la campaña de la primera vuelta, carece de una visión de la historia de Chile, de su cultura, sus aspiraciones y anhelos. No propone un horizonte moral para dialogar con la ciudadanía, que, por lo anterior, no termina de contentarse con el proyecto de Piñera.
“Perder ganando” es probablemente la frase que mejor resume la sensación ambiente en Chile Vamos de cara a la segunda vuelta. Su candidato presidencial salió primero en las elecciones, lograron un número importante de representantes en el Congreso, y el centro y la izquierda -a pesar de la irrupción del Frente Amplio- estarán obligados a formar coalición para hacer avanzar los proyectos de ley. A pesar de todo eso, no pueden estar felices o tranquilos. Y la culpa no es de las encuestas.
Rodrigo Pérez de Arce P., coordinador de Cultura, Fundación para el Progreso
FOTO: FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO