El acuerdo de los partidos oficialistas, comprometiéndose a una serie de reformas al proyecto de Constitución refleja el estado de desesperación en que se encuentran el Presidente, el gobierno y su coalición ante la perspectiva de una derrota el 4S.
Durante un año la Convención Constituyente, dominada por la izquierda radical, escribió el texto que será sometido a plebiscito, el cual ha sido intensamente criticado con sólidos argumentos por lo malo que quedó. Pero, con la intención de defender esta Constitución revanchista y refundacional, el oficialismo insultó reiteradamente a los críticos acusándolos de difundir fake news. El propio Presidente lo hizo, llamando a combatir las noticias falsas y a no creer las mentiras que, según él, se difundían por las redes sociales.
A pesar de esos intentos de cancelación de la disidencia, la verdad una vez más terminó imponiéndose, y -¡oh, sorpresa!- desde las propias filas oficialistas, al decir que se comprometerían a introducir los cambios que expusieron, admitiendo implícitamente que las críticas realizadas por amplios sectores ciudadanos eran verdades indesmentibles.
Sin embargo, ese acuerdo es tan solo una maniobra desesperada, instrumental, un recurso de ultima ratio, sin convicción alguna acerca de lo que se comprometerían a cambiar, con el único propósito de intentar evitar una derrota el 4S que golpearía directamente al propio Presidente, quien prescindiendo de la obligación de no intervencionismo electoral, asumió el comando de la campaña del Apruebo, incluso avalando la nueva Constitución con su firma y entregándosela a la gente en las calles, sin que, entre paréntesis, la Contraloría lo interpelase por dichas acciones.
Cómo creerles entonces que ese acuerdo es serio, cuando apenas se terminaron de felicitar, el mismo Tellier le puso la lápida públicamente, al decir “que si bien queremos asegurar tales cosas, no podemos garantizar que vamos a hacer estas cosas, pues tendrá que haber debate popular, porque ninguno de nosotros quiere pasar por sobre la soberanía popular”. Y agregó, “no desdeñamos el trabajo de los y las convencionales que han hecho un gran trabajo con este texto”.
Jadue, el otro líder del PC, opinó que: «Yo creo que eso huele mal. Huele a cocina de muy malos cocineros», subrayando que «no estoy de acuerdo con que se estén acordando reformas antes del Apruebo”.
Pero no solo eso, el 8 de agosto, o sea, tres días antes de firmar este acuerdo, Tellier aseveró en Radio Nuevo Mundo: “Yo no sé qué le podríamos mejorar a la nueva Constitución. Yo creo que es un texto completo. Es muy difícil desmenuzarlo en sus partes, porque es un texto completo muy positivo”. Y agregó: «los que dicen que hay que mejorar, parece que le están echando agua al molino de la derecha, que dice que es una Constitución mala”.
El acuerdo oficialista terminó admitiendo, solo con fines electorales, que las críticas por la inexistencia de garantías en temas tan relevantes como los fondos de capitalización individual, la educación particular subvencionada, la salud con participación de privados, la propiedad privada de la vivienda, el Estado de Emergencia Constitucional, el poder judicial, la unidad del país y la igualdad ante la ley, ¡no eran fake news!, como tantas otras no consideradas.
Lo único positivo de este show es que se reveló que los que mentían eran los falsos catones de la izquierda radical, que como siempre, culpan a terceros de sus fracasos. Lo único cierto de este acuerdo es que, de ganar el Apruebo, no se pueden garantizar cambios, pues los candados impuestos en el texto, incluyendo la consulta indígena por cualquier tema que los afecte, lo hace imposible.
En resumen, la propuesta de nueva Constitución es reconocidamente mala y solo su texto es el que será sometido el 4S al soberano, no el acuerdo de la cocina oficialista, por lo que hay que tener claro que únicamente el Rechazo garantiza poder llegar a tener una Constitución que respete nuestras tradiciones republicanas y goce de legitimidad ante todo el país.
*Jaime Jankelevich es bioquímico y consultor.