Fredy Cancino

Las legítimas demandas de mayor justicia social, de terminar con abusos, de detener el deterioro ambiental, de avanzar en la paridad de género y de reconocer a los pueblos originarios, no era un cheque en blanco para refundar el país, demoler sus instituciones y erradicar símbolos, tradiciones y cultura. 

Hace poco hemos visto la película Pastoral americana, basada en la novela homónima de Philip Roth, ese gigante de la literatura norteamericana moderna. Recordábamos vagamente una frase del protagonista, la fuimos a buscar a propósito de este artículo y de comprender a la gente: “Comprender bien a la gente no es vivir. Vivir es entenderla mal, luego mal y, después de un largo examen, todavía mal. Así sabremos que estamos vivos: equivocándonos”. Después de estos tres años de estallido social, de intentos clamorosamente fallidos de nueva Constitución, nos asalta una oscura idea: ¿será esta la (inconsciente) convicción de los dos polos de la izquierda chilena, Frente Amplio-PC y el ahora llamado Socialismo Democrático?

Pruebas abundan, hasta la caída del plebiscito del 4 de septiembre –para algunos apenas un temblor– que marcó el divorcio de lo que piensan y hacen estas fuerzas políticas y lo que la gente quiere, un desfase que persiste, a pesar de virajes (cortos) en anuncios y medidas aisladas que denotan la carencia de estrategias que recojan finalmente el sentir del profundo pueblo, el pueblo real, no el imaginado o el deseado.

Es que parece, en las políticas del gobierno y de este tipo de izquierdas, que se vive solo la banalidad de la contingencia política. Las brechas con la gente se cargan a “errores de comunicación”, basta cambiar algún chip, echar andar alguna campaña mediática o branding –así lo llamen los estrategas de los mensajes en las redes– y todo volverá a funcionar bien. Medias soluciones que dan seguridad a la base electoral de estos partidos, soluciones consolatorias ante la derrota resonante del plebiscito en el que se habían puesto todas, osadamente todas las cartas. 

A este punto se puede hablar de crisis asintomática de estas izquierdas, que no es algo episódico, que tiene causas antiguas en el socialismo democrático (PS, PPD, PR) y causas nuevas en la izquierda maximalista del FA-PC. Sopor, introversión y declino en los primeros, arrogancia política y voluntarismo arrollador entre los segundos.

Haber empujado, justificado y finalmente haber apostado a los desbordes maximalistas de la Convención constituyente no fue el simple sistema de trial and error, prueba y error (concibiendo a Chile como un laboratorio, como expresamos en una columna anterior): fue no haber comprendido a la gente o haberla comprendido mal, malísimo a decir verdad. Las legítimas demandas de mayor justicia social, de terminar con abusos, de detener el deterioro ambiental, de avanzar en la paridad de género y de reconocer a los pueblos originarios, no era un cheque en blanco para refundar el país, demoler sus instituciones y erradicar símbolos, tradiciones y cultura. Se confundieron las pulsiones ideológicas y los variopintos deseos identitarios con lo que los ciudadanos reclamaban, y que continuaban viviendo su existencia entre la zozobra del Covid-19 y la violencia del aclamado estallido social. Y la gente pasó la cuenta, políticamente muy salada.

El presidente Boric tuvo una salida muy ilustrativa acerca de la gran brecha gente-izquierda y la derrota plebiscitaria, ocurrida “cuando quien quiera que sea, se asume como vanguardia y pretende ir más rápido que el pueblo al que representa”, refiriéndose críticamente al momento que vivía de su conglomerado de gobierno, palabras expresadas durante el cambio de gabinete posplebiscito. He aquí una aseveración que tiene al menos dos claves: la separación entre vanguardia, los que van adelante, y los que se quedan atrás, o sea el pueblo. Naturalmente, la vanguardia es el elemento virtuoso de este binomio. La que tiene claridad, la que sabe.  La teoría no es nueva, fue predicada por Lenin como un método en el cual el partido vanguardia portaba la conciencia de clase al proletariado alienado. 

En el Chile de hoy, y según el Presidente, se trató de velocidad –y no de contenido– el macizo rechazo de la gente a la propuesta adelantada de la Convención. En estos casos hay dos conductas políticas: o yo, como vanguardia, reviso si mis creencias gustan a la gente (como a los niños que no les gusta mi saludable comida), o despliego mayores energías para convencerla de las bondades de mis convicciones. A mayor razón si soy gobierno. La segunda clave es el habitual impulso de arrogarse la representación del pueblo sin que éste la haya otorgado con la amplitud que se cree. Ello lleva inevitablemente a la distorsión entre el legítimo mandato democrático, y el supuesto “hablar en nombre de…”. El grave error de sectores de la Convención que condujo al portazo del 4 de septiembre. En las redes sociales, el mensaje vanguardista fue mucho más duro y menos sofisticado, primó la idea ofensiva y arrogante del “pueblo ignorante” y poco informado, la “adorada chusma inconsciente” pregonada por el presidente Arturo Alessandri Palma en los lejanos años Veinte del siglo pasado.

Aún parece no comprenderse que la sociedad chilena se encuentra hoy suspendida entre un ansia de nuevo futuro y anhelos de orden y seguridad, a la antigua. La gente no comulgó nunca con la demonización de los 30 años pasados, especialmente los de la Concertación, socialmente los más exitosos de la época contemporánea, a pesar de sus límites y reformas no alcanzadas. Como señaló el ex ideólogo del Frente Amplio, Alberto Mayol, en una reciente entrevista, ante las expectativas defraudadas por la realidad actual, la gente dice “devuélvanme lo que había”.

La gente vive en la tierra, con intereses concretos, con temores reales, no en el cielo de las ideas inviables. Necesita de una clase política y de una izquierda mesurada, sobria y reformista, que la entienda seriamente y proponga salidas posibles, buenas políticas que no sean obstaculizadas por el peso de ideologismos subjetivos, lejanos de los valores ideales de igualdad y libertad de las personas. 

Fredy Cancino es profesor.

Fredy Cancino

Profesor

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