Cinco siglos nos distancian de la vida de Tomás Moro (1478–1535), el destacado político inglés que vivió en los tormentosos años del reinado de Enrique VIII. Sin embargo, su figura continúa vigente en la actualidad. Lo vemos en series de televisión como The Tudors o Wolf Hall, sus libros se reeditan cada cierto tiempo y su legado sigue siendo objeto de estudio tanto en colegios como en universidades a lo largo del mundo. En Chile, Tomás Moro inspira desde el nombre de calles hasta facultades de Derecho y, no hace mucho, un diputado DC entregó una estampa con su figura al ministro del Interior Mario Fernández, reprochándole su apoyo al proyecto de aborto del Gobierno.

Hoy -como muchas otras veces en la historia- la actividad política se encuentra desprestigiada y fuertemente cuestionada. Dentro de la crítica podemos observar tres grandes líneas: sobre la falta de nivel -intelectual y humano- de los políticos; el actuar inspirado más bien en defensa de privilegios o de intereses mezquinos que en la promoción del bien común; y el cuestionamiento a la autoridad y su correspondiente legitimidad.

Frente a esto, los que estamos interesados en la cosa pública podemos encontrar en Moro una fuente de inspiración para actuar en política. Por ello, junto a los profesores Hernán Corral y Joaquín García-Huidobro hemos escrito el libro “Tomás Moro. Ética, política y justicia social” (Instituto Res Publica, 2016), que hoy comentarán los diputados Jorge Sabag y Felipe Kast en la Universidad de Los Andes.

Tomás Moro es una figura singular. Para los católicos representa una inquebrantable fidelidad a la Iglesia, aún a costa de su propia vida, y para Europa fue la expresión de un importante humanista en medio del período que conocemos como Renacimiento. Pero más allá de las fronteras geográficas o religiosas, Moro se alza como un verdadero ejemplo universal, según lo ilustra la aclamada película de 1967 sobre su vida, titulada con razón “Un hombre para todas las horas”.

Para Chile, el ejemplo de Moro cobra especial actualidad.

El sabio inglés alcanzó la cúspide del poder político como Lord Canciller de Enrique VIII. Moro era reconocido por su sólida formación intelectual -especialmente en el campo del derecho, pero también en la literatura-, lo que llevó a Chesterton a comentar que “cuando contemplamos el mundo con los ojos de Moro, lo hacemos desde las ventanas más amplias de la época”. Por otra parte, supo compatibilizar su vida profesional, en la política o el derecho, con sus intereses humanistas y la dedicación a su familia. Al mismo tiempo, sus adversarios nunca pudieron enrostrarle una falta moral y se vieron obligados a renunciar a los medios legítimos para poder condenarle por traición. En su libro “Héroes”, el historiador británico Paul Johnson define a Moro como el más noble de todos, “tanto en la vida como en la muerte”.

En tiempos en que la política es vista como una actividad al servicio de privilegios (ya sea de clase, económicos o sociales), es valorable el testimonio de un hombre que dedicó su vida al servicio de principios e ideales que consideraba justos, aún bajo el riesgo cierto de perder su reputación, sus bienes y la propia vida.

Por último, frente al persistente cuestionamiento a la autoridad legítima, Moro nos recuerda la necesidad e importancia que tienen en la sociedad civilizada, aún en un régimen no ideal. Por su “constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia”, Juan Pablo II lo distinguió como “Patrono de los Gobernantes y los políticos”.

Esta es la invitación que hacemos los autores del nuevo libro sobre el gran político británico: conocer a Tomás Moro no solamente como una figura histórica, sino como un ejemplo vivo para las actuales generaciones.

 

Julio Isamit, coordinador Republicanos

 

 

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