A esta altura de la conmemoración del 11 de septiembre del 73 quiero proponer a mis lectores un minuto de silencio. Usar el tiempo que ustedes habían pensado destinar a leer esta columna, y yo a escribirla, para que en vez de eso guardemos un respetuoso y prolongado silencio. Se ha dicho demasiado. Excesiva atención y comentar del pasado en vez de aceptar el presente. No sigamos dejándonos llevar por los pensamientos automáticos que aparecen en nuestra mente al escuchar ciertas palabras como «el 11». Sólo así podrían haber cambios, encuentros y futuros distintos.

Un minuto de silencio por los fallecidos antes del 11 y después del 11.

Un minuto de silencio por los desaparecidos y los y las torturadas.

Silencio por sus familias. Por quienes todavía los buscan y quienes murieron buscándolos.

Un minuto de silencio por los perpetradores de actos de violencia.

Silencio por todas las víctimas de la violencia.

Un minuto de silencio por los sueños frustrados y las vidas truncadas.

Silencio por nosotros que no hicimos más antes ni ahora para no volver a situaciones como la del 11 y sus secuelas.

Silencio por aquellos que pretenden usar situaciones tan dolorosas como el 11 para obtener provechos políticos, imponer su propia visión a otros, cobrarse revanchas o venganzas, aparecer moralmente superior a los demás, en fin… aprovechar.

Sólo en la quietud y el espacio abierto por el silencio tal vez podamos ver aspectos nuevos que nos reconcilien y acerquen a una paz duradera. No forzosamente con los demás; primero amorosamente con nosotros mismos.

Regálese amigo, amiga lector esta página siguiente en blanco para hacer silencio en vez de lectura.

Aquí termino mi columna hoy. Paremos algún momento ante algo. Stop.

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