En 1905, Albert Einstein formuló la teoría de la relatividad, revolucionando el mundo de la física con planteamientos irreverentes y excepcionales y refundando las bases de la ciencia moderna. El mismo Einstein definió la teoría de la relatividad de la siguiente manera: “Cuando estás cortejando una chica que te gusta, una hora parece un segundo. Cuando te sientas en una estufa ardiendo, parece una hora. Esto es la relatividad”. 115 años después, en el 2020, una vez más la teoría de la relatividad explica nuestro comportamiento.

El Banco Central acaba de publicar el IMACEC -indicador de crecimiento mensual-, estimando que la economía chilena se habría expandido en 1,1% en diciembre de 2019. La noticia tomó por sorpresa a analistas de mercado y gobierno, ante la expectativa de una nueva caída en este indicador, que ya había caído 3,4% en octubre y 3,3% en noviembre, como consecuencia del estallido social del 18 de octubre.

Lo interesante fue observar cómo la noticia no sólo sorprendió a la mayoría, sino que llevó a muchos a celebrar, en circunstancias que la economía chilena logró crecer sólo un 1,2% en 2019. Hace sólo algunos meses se esperaba que el crecimiento económico de Chile se alzara por sobre 3,5% el año recién pasado.

Lo cierto es que existen razones para celebrar. La violencia en las calles no ha cesado y en algunos casos incluso se ha incrementado, por lo que alcanzar una cifra de expansión en la actividad económica es todo un logro. Pero, ¿se imaginan ustedes celebrando un 1,1% de crecimiento en el mes de diciembre un año atrás? Definitivamente, no. Nuestra capacidad de adaptación es infinita y ciertamente, lo positivo de un número de crecimiento económico es absolutamente relativo.

Pero la relatividad con que medimos las cosas puede ser mala para todos. Al relativizar/normalizar la violencia, no la condenamos como se debería, permitiendo que muchos chilenos sean víctimas de la misma; al relativizar/normalizar un crecimiento económico paupérrimo, estamos inhibiendo a muchos chilenos de salir de la pobreza. Y aunque esta declaración pueda parecer exagerada, los números demuestran lo contrario.

Si el estallido social restó algo más de un punto de crecimiento económico al PIB de 2019 (a mi juicio podría ser harto más, porque la economía estaba en pleno proceso de recuperación previo al 18 de octubre), los chilenos perdimos más de 4 mil millones de dólares fruto de la misma. Es decir, sólo por las dificultades que generaron las protestas post estallido social en la cadena de producción de nuestra economía entre los meses de octubre y diciembre, cada uno de los chilenos perdió en promedio más de $150 mil, que nunca logrará recuperar.

Peor aún, si consideramos que, de ganar el “Apruebo” en la votación para una nueva constitución el país podría demorarse tres años en lograr finalizar el proceso (tiempo que también me parece una estimación optimista), nuestra economía sufrirá de tres años de incertidumbre, que inhibirá la inversión y la creación de empleo, no sólo dejando a muchos nuevos chilenos en el terrible mundo de la cesantía, sino que además disminuyendo el crecimiento económico y con ello la riqueza de cada uno de nosotros.

Un ejercicio simple de proyección ingreso per cápita nos permite deducir que si la incertidumbre que genera el proceso constituyente disminuye en sólo 2% el crecimiento anual de nuestra economía durante los tres años que duraría el proceso, cada chileno promedio perdería durante esos tres años cerca de $4.5 millones de su riqueza. Lo anterior, sin considerar que el mayor recaudador de impuestos es el crecimiento económico; y con ello, es el crecimiento el que permite realizar las políticas sociales cuyo objetivo fundamental es redistribuir el ingreso. En efecto, sólo basta recordar que la reforma tributaria de la segunda presidencia de Bachelet terminó sin generar ingresos fiscales adicionales, debido a que la falta de crecimiento económico que ésta misma generó terminó anulando todos los incrementos en recaudación que debieron haber tenido las alzas en las tasas de tributación.

El costo, por tanto, de la violencia y la incertidumbre, que termina afectando las decisiones de producción, empleo, inversión, y capacidad de gasto en programas sociales, nos termina afectando a cada uno de nosotros directamente en nuestros bolsillos.

Pese a que el año 1922, Albert Einstein fue galardonado con el Premio Nobel de física por sus aportes a la física teórica, la misma relatividad por la que es conocido mundialmente puede terminar por minar nuestra capacidad de asombro y, con ello, nuestra capacidad de frenar la violencia, y la incertidumbre. Y, lo que es peor, puede terminar agotando las fuerzas necesarias para volver a levantar nuestra economía a los niveles que antes nos parecían normales y hoy nos parecen un sueño.