Por segundo año consecutivo, Chris Cillizza, periodista de The Washington Post, ha  encabezado su ranking del “peor año” con Barack Obama. Según el columnista, existe la “creciente sensación en el público de que simplemente no está a la altura del trabajo para el que fue electo dos veces” y las encuestas dan fe de ello, pues el actual Presidente norteamericano desde mediados de este año está siendo constantemente evaluado como el peor mandatario del país en las últimas décadas, por debajo de George W. Bush.

Lo anterior no sorprende: el actual inquilino de la Casa Blanca ha sido incapaz de prever, abordar y sobreponerse a un buen número de crisis domésticas y tras las últimas elecciones midterms, el Partido Demócrata ha sido apabullado por esos republicanos a los que hace pocos años todos daban por muertos por sus profundas divisiones internas y su incapacidad por encontrar un rumbo fresco y atractivo.

En el escenario internacional, al que algunos de sus predecesores solían ir a recuperar algún punto de popularidad perdido, Obama se ha visto vacilante y enmudecido ante la fuerza protagónica de colegas como Ángela Merkel y Vladimir Putin.

¿Qué fue del primer afroamericano en llegar a la Casa Blanca que traería esperanza y cambio para los norteamericanos? ¿Dónde quedó esa celebridad que reunió a miles de europeos en Berlín en 2008 siendo sólo candidato?

Varios medios norteamericanos reflexionan –y las redes sociales hacen eco en consecuencia– sobre la certeza de que Barack Obama ha terminado por perder su “mojo”, en alusión a esa sustancia indeterminada en la que radica el atractivo tan irrefrenable como inexplicable que genera en la ficción el súper agente Austin Powers. Y la referencia dice mucho: hoy pocos son los que recuerdan con orgullo el que hace 6 años todo el mundo occidental cayó seducido a los pies de un solo hombre y, quizás lo peor, se firmó un cheque en blanco a un programa que prometía traer en breve a los hijos militares de vuelta a casa, cerrar Guantánamo y asegurar prosperidad económica y social al país.

Si hay alguien que debería aprender de todo lo anterior es Michelle Bachelet. Los paralelos que se pueden hacer al recorrido de la Presidenta de Chile con el de Obama resultan interesantes para prever escenarios políticos inmediatos.

Las encuestas CEP y CADEM llevan tiempo mostrando una baja en la popularidad de la Mandataria y un aumento en la sensación que podría traducirse, por mucho que cueste, en que Bachelet tampoco está a la altura de aquello para lo que se le eligió por segunda vez.

La Presidenta ha sido incapaz de implementar un programa ambicioso que, como el de Obama, fue fácil de vender al electorado, sostenido en la cosmética hechicera del candidato que lo firmaba.

La variedad de ritmos, tonos y enfoques con los que se están abordando reformas como la de la educación, sumado a la prepotencia y apuro con el que se responde a interlocutores válidos, hacen prever que más que un gobierno histórico, el de la Nueva Mayoría va directo a convertirse en uno histérico.

En el escenario internacional, ese en el que la imagen de los presidentes de Chile suele fortalecerse, Bachelet ha actuado también con cierto titubeo y desaprovechando oportunidades. Desde luego declaraciones como las de los países del ALBA y el continuo jugueteo amenazante de los vecinos del norte merecen respuestas firmes y en primera persona.

Todo lo anterior enciende las luces frente a las elecciones municipales que se celebrarán el 2016 en nuestro país. La posibilidad de que éstas se conviertan en las “midterms beating” para la Nueva Mayoría es real, pues la experiencia republicana enseña que por muy golpeada y desorientada que parezca la oposición, en política nunca se puede dar a nadie por muerto.

La experiencia de Obama es otra señal de alarma que debería terminar por decidir a Michelle Bachelet a dar un ajuste definitivo a su equipo ministerial y su discurso.

Es la única manera de recuperar el mojo perdido. 

 

Alberto López-Hermida, Doctor en Comunicación Pública y Académico Universidad de los Andes.

 

 

FOTO: RODRIGO SÁENZ/AGENCIAUNO.

 

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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