Nuestra cabeza está llena de estereotipos; unos más creíbles que otros, algunos que creemos haber comprobado y otros que tenemos profundamente arraigados en nuestro subconsciente colectivo. La economía y la política también están llenas de estereotipos. Que el libre mercado y el capitalismo son salvajes, que los empresarios son seres egoístas, que la gran diferencia entre los políticos de izquierda y de derecha es que estos últimos tienen conciencia social, mientras que a los primeros solo les importa el crecimiento económico.

El coronavirus ha demostrado no sólo ser muy eficiente transmitiéndose de persona a persona, sino que además en cambiar nuestra forma de vivir –encaminándonos a una nueva normalidad– y en corregir nuestra tradicional manera de pensar. Además, se convirtió en un balde de agua fría para la oposición, capturando toda capacidad de reacción -positiva o negativa– y operatividad.

Está inacción es entendible. El coronavirus tiró por la borda todo lo que la oposición pensó que tenía ganado y, por tanto, el pasmo del primer tiempo es justificable en el entendimiento de la pérdida. Sin embargo, de a poco ha comenzado a despertar, aunque a diferencia de lo que se ha visto en muchos países desarrollados -donde en función del bien común las oposiciones han dado un paso al costado en la búsqueda de votos y han asumido su responsabilidad en la búsqueda de soluciones a los problemas sociales y económicos que la pandemia está arrastrando a través del mundo- en Chile no han sido capaces de hacer lo mismo. En cambio, están a la búsqueda de la más pequeña de las ganancias políticas, criticando las cifras, buscando debilidades, o simple y llanamente haciendo uso de su más mortífera y eficiente herramienta: el populismo. Ya empezamos a ver nuevos proyectos de ley, presentados por diputados y senadores de oposición que buscan nada más y nada menos que recuperar hasta el último voto que puedan obtener en estas condiciones. Qué mejor ejemplo que la nacionalización de los fondos previsionales de los trabajadores. ¡Ni la ex presidenta Michelle Bachelet se atrevió a ser tan populista!

La economía es ciertamente salvaje, la escasez exige la maximización en el uso de los recursos. Pero el Congreso degeneró el término maximización. La escasez de ganancias políticas ha llevado a la oposición a utilizar la más vil de las armas para recoger del piso el más mísero voto, prometiendo a la población defender sus intereses y aspiraciones con acciones que llevan exactamente a lo contrario. Y en esa maximización, a la oposición se le olvidó la conciencia social, esa de la cual se siente tan orgullosa. Se le olvidó, por ejemplo, que los fondos de pensiones son de los trabajadores, y que los trabajadores no son los más ricos de Chile. Se le olvidó que el coronavirus puede ser letal y es necesario combatirlo con todo y todos. Se le olvidó que al maximizar sus beneficios políticos propios y de corto plazo dejaron hace rato de pensar en el futuro de Chile y de su población.

Los discursos de la izquierda siguen siendo los mejores, su dialéctica y su poesía son ciertamente envidiables, pero no nos equivoquemos: la izquierda y/o la oposición busca maximizar su utilidad recogiendo hasta el último y mísero centavo del piso, sin importarle dejar de lado lo único importante, los chilenos.