Cuando era niño, en esa edad en que uno comienza a asomarse al mundo, era fanático del fútbol, recuerdo los primeros partidos de la Copa Libertadores que vi por TV, fueron de la U y conservo en la memoria el nombre de un jugador azul de apellido Sarnari. Después vendría -cómo no- Colo Colo 73 y su histórica participación en la misma competencia. En una de esas cosas injustas que definen tanto el carácter nacional, creo que todavía soy capaz de decir el nombre de los jugadores de casi todo ese equipo y apenas podré recordar 2 ó 3 del que años después efectivamente salió campeón.
Aunque lo más vivo en mi memoria respecto de esos años, es que tenía una gran felicidad pero, al mismo tiempo, una gran frustración. Mi papá era el mejor entrenador de fútbol que había en Chile y nadie más lo sabía, sólo yo. Mi viejo siempre tenía claro, sin margen de duda, cuál debía ser la alineación, a qué jugador cambiar, la estrategia para ganar todos los partidos y cuando la derrota golpeaba “al club de sus amores” tenía la misma certeza acerca de la causa de la derrota (aproximadamente el 75% de las veces se debía al árbitro). Era duro, además, porque yo veía que nosotros vivíamos bastante humildemente y pensaba entonces que si le reconocieran a mi papá sus cualidades de entrenador habríamos podido progresar mucho.
Leyendo la prensa de este fin de semana se me vino a la memoria este recuerdo futbolístico de infancia. Casi no hay analista, columnista, cronista o político que no se exprese con certeza plena sobre los errores que, en opinión de cada uno, ha cometido la UDI en su relación con el mundo empresarial, los que ha cometido Ernesto Silva en la presidencia del partido, la “fracasada” estrategia del “empate” impulsada por la directiva y que ha tenido que ser abandonada; y todo lo que la UDI debió haber hecho desde el momento mismo en que se hicieron públicas las primeras filtraciones del denominado caso Penta.
Sin embargo, puede ser por mi experiencia como asesor en crisis de distinto tipo es que he aprendido a intentar evaluar lo que hacen otros con la mayor humildad posible y con muy pocas manifestaciones de certezas sobre lo que se “debió haber hecho”. Esto por varias razones; primero, porque en las crisis casi siempre hay un nivel de información sobre el problema específico, que es mucho mayor en el que está tomando las decisiones que en el comentarista; segundo, porque generalmente el que está a cargo tiene que considerar eventualidades “internas” que pueden ser imposibles de eludir; tercero, porque toda crisis tiene costos y es muy fácil juzgar después sin considerar las eventuales consecuencias negativas de las opciones tácticas alternativas.
Quisiera poner un ejemplo, para graficar el punto. Se ha dicho que la UDI debió haber enfrentado desde un comienzo esta crisis como un problema de personas determinadas y no como algo institucional. Si la UDI fuera una empresa tal vez esa habría sido una buena estrategia comunicacional, pero es un partido político y un dirigente, un parlamentario, no es equivalente a un gerente. La política se da en un ambiente de competencia y de conflicto permanente, por lo que hay consideraciones que van más allá de lo meramente comunicacional, que son aspectos estrictamente políticos imposibles de obviar. ¿Alguien puede creer que, atendidas las personas de que se trata, habría sido creíble, e internamente sostenible, que el presidente del partido hubiera deslindado en ellos la crisis, bajo la lógica de las responsabilidades personales? Además, se debe considerar que esta es la primera directiva encabezada por las nuevas generaciones, una actitud así habría sido vista internamente como el abandono del estilo unitario que ha caracterizado a la UDI desde sus orígenes. Lo más probable es que ese camino habría llevado a una confrontación interna agravando la crisis y deslegitimándose su conducción.
¿Significa esto que Silva y compañía lo han hecho perfecto, sin caer en el menor error? Desde luego que no, es muy difícil –tal vez imposible- superar un vía crucis como este sin equivocarse. Con el tiempo, y en la medida que veamos dónde termina esta historia, nos daremos cuenta con mayor claridad dónde estuvieron los errores, las omisiones, las carencias y los excesos. Pero me atrevo a decir que estos dirigentes han demostrado el temple que se necesita para las grandes batallas; en los últimos veinte años he visto más o menos de cerca las distintas crisis que la UDI ha enfrentado, y no tengo duda que, errores más o menos, a Ernesto Silva le ha tocado conducir la peor y en las condiciones más adversas, pero lo ha hecho de una forma que en nada desmerece lo que en otros momentos y frente a otras coyunturas hicieron los dirigentes históricos.
El viejo refrán popular dice que todo tiempo pasado fue mejor, recogiendo la forma más sana de vivir la vida, que es eliminar de nuestros recuerdos los momentos ingratos y los padecimientos. Pero una cosa es la sana barrera de defensa sicológica que cada uno levanta y otra es perder la capacidad de construir un juicio ponderado y racional sobre el pasado. Al contrario, cuando veo el sentido de responsabilidad con el proyecto de un buen grupo de dirigentes, todos menores que yo, llego a creer que, a pesar de todo, es el futuro el que puede ser mejor.
Pero claro, desde las tribunas la cancha se ve más pequeña, la pelota corre más lento, no se sienten las botines de los contrincantes y el cansancio es sólo un concepto. Estoy lejos de ser un entendido en fútbol, pero todo indica que objetivamente el mejor entrenador chileno de todos los tiempos es Pellegrini, ya que en el momento que el fútbol es más competitivo ha triunfado en las ligas más exigentes y llegó a dirigir el que, según mi hijo mayor, es el mejor equipo del mundo: el Real Madrid. Pero en mi corazón, para mí sigue siendo mi papá, no tengo duda que él habría sabido lo que Pellegrini tendría que haber hecho para salir campeón con el Madrid y haberle ganado siempre al Barcelona. Que me perdone “el ingeniero”.
Gonzalo Cordero, Foro Líbero.
FOTO:AGENCIAUNO/CORDON PRESS