Sábado 21 de enero, 4:00 am, entre Cauquenes y Quirihue.
Me tocó en suerte ayudar a mi cuñado Rodrigo, su hermano Ramiro y varios trabajadores del campo donde vive a prepararse para lo inevitable. A sólo unos pocos kilómetros al oriente, una lengua de fuego de proporciones bíblicas corría de sur a norte, devorando el paisaje. Cubría la mayor parte del horizonte. Detrás nuestro, desde la cordillera de la costa, a una distancia apenas mayor, otro mar encendido amenazaba. Puelche o Travesía. Mejor dicho: Puelche y Travesía, alternativamente, acercaban los dos fuegos.
Con ritmo frenético distribuíamos dos o tres “bins” (cajas plásticas de 800 litros de capacidad) cerca de cada punto estratégico o construcción. Los llenábamos de agua usando baldes. Un vecino manejaba el tractor e improvisaba cortafuegos. Pocas horas después llegarían dos trabajadores que habían sido despedidos días antes. El campo tiene otras reglas; la desgracia también.
Apenas a dos o tres kilómetros, mi otro cuñado, Enrique, junto a mi hermana y su hijo, hacían lo propio. En campos vecinos veíamos luces de vehículos, como luciérnagas frenéticas, repitiendo el ritual que tenía lugar en cada pequeña parcela, casa, viña y bosque.
Mientras cientos de personas hacíamos lo posible ante la tragedia ineludible, pensaba lo injusto e ineficiente que es no tener un liderazgo común; cuánto daño hace la falta de autoridad. Qué distinto hubiese sido haber aunado esfuerzos y haber combatido todos juntos al monstruo, en lugar de mirarlo de lejos, prepararse para lo peor y rogar al cielo. También pensaba en lo que me dijo un amigo de Conaf la semana pasada: uno de los aviones drómades tiene la punta destruida porque el piloto intentó hacerlo carretear sin sacarle el freno a las ruedas. Obviamente, se fue de punta. Me cuesta creer lo que me dicen.
A las 16:00 horas del día siguiente, cuando volvía al lugar, en el barrio Estación de Cauquenes, un hombre de campo, con perneras y chupalla, hacía dedo. No se subió. Él quería ir a combatir “el incendio”. Yo ni siquiera le dije que iba camino a intentar salvar la casa de un ser querido. ¿Qué derecho tenía yo a involucrarlo en algo tan pequeño y riesgoso? Sospecho que pasó horas esperando saber dónde estaba “el incendio” que ponía en riesgo las vidas y sustento de todos. Pero no había forma de saberlo.
Cuando el fuego llegaba, mi cuñado Rodrigo liberó a trabajadores y vecinos. Nos quedamos los tres con su hermano. El fuego arrasó. Se salvó gran parte de las viñas y las construcciones, pero los bosques ardían alrededor.
Asegurado este resultado, fuimos donde mi hermana Lorena. Allí habían estado los valientes bomberos de Cauquenes. Ellos salvaron la casa. Enrique, Lorena y mi sobrino Martín, cada cual con un balde, seguían apagando llamas a no más de 10 o 15 metros de su casa. Nos sumamos. Alguien dice que la próxima vez que escuche “Yo no voto, no importa quién gobierne, tengo que trabajar igual”, va a escupir al pobre cristiano en la cara. Todos reímos para no llorar.
Nosotros no vimos a nadie del Gobierno ni de Conaf. Supongo que está bien y que había gente aún en peor situación. Y no me extraña que el ministro de Agricultura dijera que “no hay un daño significativo para la producción agrícola”: los helicópteros protocolares vuelan muy alto y el humo no deja ver (y no lo digo figurativamente, creo).
El domingo 22, atentos en el campo de mi padre, en Quella, augurando los vientos, buscamos noticias en la TV, muy ocupada en el fútbol inglés. En Twitter, nuestro ministro de Relaciones Exteriores postea en impecable inglés que Alexis Sánchez anotó un penal en el minuto 98 y califica el triunfo como “dramático”. Siempre he escuchado que “Quella” quiere decir soledad o, incluso, desolación. Al menos, así se siente.
No me extraña que el Gobierno pusiera todos los inconvenientes posibles para que venga un súper avión (sin lucro y de calidad). Está hecho para otra realidad, tienen razón. El súper avión es para lugares donde hay alguien a cargo que sabe dónde está el fuego y quiénes lo combaten. Otro mundo donde las personas no están desamparadas y sin liderazgo, ni se ven obligadas a enfrentar el fuego con sus manos, palas y baldes plásticos.
Desde Conaf muestran un avión drómade con la punta y hélice destrozada. Dicen que esperan la respuesta de la aseguradora, en Londres. Me imagino a los ingleses riéndose a carcajadas. O no. Deben sentir pena de nosotros.
Mejor llévense el “súper avión”, antes de que sea tarde.
José Ignacio Pinochet Olave, abogado
FOTO DEL AUTOR, COMUNA DE CAUQUENES