Quedan pocos días para la segunda vuelta presidencial y los chilenos nos enfrentaremos a la hora de la verdad. No sólo porque se va a dilucidar el país que vamos a construir los próximos años, sino porque también está en juego un pilar fundamental de la democracia: la confianza.

Me refiero a la confianza de los ciudadanos en las instituciones y el sistema político, confianza de los inversionistas y emprendedores de que habrá reglas claras para impulsar proyectos y generar nuevas fuentes de trabajo, confianza en nuestras policías y su rol trascendental para la mantención del orden público y el resguardo del estado de derecho, y la confianza interpersonal de quienes somos parte de una misma nación.

La confianza es un activo que está depreciado en Chile en los tiempos actuales. Y las razones para esta devaluación son diversas, pero hay una en particular que la ha dañado con especial fuerza: la pérdida de credibilidad ante la incapacidad de actores relevantes del quehacer público de sostener con acciones concretas lo que piensan, dicen y hacen. Para englobarlo en un concepto, lo podemos definir como “faltar a la verdad”. En otras palabras, no decir lo que realmente se piensa en materias fundamentales para la estabilidad social, política y económica del país.

La verdad ante todo, la transparencia y la ética son clave en el rol del servicio público de del Estado al Servicio de las Personas.

Este fenómeno se da en múltiples instancias que han ido erosionando la confianza ciudadana, pero es particularmente grave cuando la transgresión a la fe pública, el no actuar con transparencia, proviene de un candidato a la Presidencia de la República.

Esto es precisamente lo que hemos podido observar con Gabriel Boric a partir de la campaña de segunda vuelta, quien con tal de conseguir el voto del electorado que no se inclinó por él en primera vuelta, ha sido capaz de travestir ejes esenciales de lo que han sido sus principales posturas desde que irrumpió en la arena política desde hace varios años.

No me refiero, con esto, a los ajustes legítimos que el candidato del Frente Amplio y el Partido Comunista ha realizado a su programa de gobierno, sino que a volteretas discursivas en 180 grados que se viene dando hace dos semanas en aspectos como seguridad pública, fondos de pensiones, rol del Estado en la economía y en la generación de certezas para impulsar la iniciativa privada, entre otras. Sus cambios repentinos de posición no son creíbles a ojos de los chilenos, aunque entendamos que para él el fin justifica los medios.

Y en esto, José Antonio Kast tiene una distancia sideral con su contendor, ya que una de las virtudes que más valoran los chilenos de él es su consistencia para mantener en el tiempo sus principios y valores, lo que no le impide ser muy pragmático al momento de tomar decisiones si es que se convence, con argumentos fundados, de que un camino es mejor alternativa que otro para ejecutar algo. Si hay una credencial de credibilidad que tiene Kast a lo largo de su trayectoria política, es que ha sido fiel a su actuar según lo que piensa, ofreciendo certeza de que no actúa movido por las encuestas, ni por intereses políticos electorales, ni por la pauta que dicten las redes sociales.

Hoy más que nunca en las últimas décadas, los chilenos requieren certezas, seguridad y confianza de que quien liderará el país los próximos años lo hará con la debida preparación que requiere el cargo de mayor importancia para la República, que ofrecerá certidumbre jurídica y hará cumplir la ley y que no realizará giros drásticos en los ejes de su plan de gobierno; sin duda, algo muy distinto a lo que ofrece la candidatura de Boric, donde uno de sus compañeros de Revolución Democrática, nos advirtió a los chilenos, hace algunas semanas, de que «nosotros (Frente Amplio y el PC) vamos a meterle inestabilidad al país porque vamos a hacer transformaciones importantes”. Esto confirma, como dice el refrán, que “aunque la izquierda radical se vista de moderada, radical queda”.

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