La reciente publicación del “Manifiesto por la República y el buen gobierno” es, sin lugar a dudas, una buena noticia para la política y una notable invitación a pensar sobre el Chile de los próximos treinta o cincuenta años. El texto contiene una parte importante de los argumentos necesarios y ausentes de la discusión política nacional en los últimos veinte años. Pero el manifiesto no debe interesar sólo a la derecha, sino que a ese amplio centro político con honestidad intelectual.
Entre el vasto rango de conceptos y temas tratados por los autores, me gustaría destacar, primero, que la reivindicación de una Constitución republicana nos invita a pensar en nosotros mismos como ciudadanos poseedores de una cosa común, que nos exige participar de la vida democrática y reestablecer el valor de la política. Asimismo, se reconoce que en lo público subyace una idea más amplia que el Estado: la sociedad civil es también un actor relevante en la provisión de bienes y servicios públicos, y se debe, por supuesto, respetar al mercado como un mecanismo eficaz y eficiente para entregar bienes y servicios fundamentales. Por otra parte, la idea de nación propone introducir la justicia intergeneracional como condición necesaria de cualquier criterio de justicia. Significa, entonces, reconocer nuestra historia y cultura y pensar en el país que les heredaremos a las futuras generaciones. Así, la sostenibilidad económica y política es inherente a cualquier idea de justicia social.
Es destacable también que el valor de la democracia, aunque pueda parecer majadero, es fundamental a la hora de pensar en instituciones políticas inclusivas que permitan una modernización efectiva del Estado, así como un crecimiento económico sostenido y sustentable. En esto, la descentralización juega un papel fundamental, no sólo por razones de justicia, sino que para acercar la política real a la ciudadanía. Por último, me gustaría destacar también la necesidad de volver a poner a los más pobres y marginados en el centro de la política pública, pues el rostro de la injusticia social es la pobreza.
Con todo, el manifiesto no debe ser leído con rigor académico ni como una biblia universal de la centroderecha chilena. Sus categorías parecen estructurarse en función de un diagnóstico de actualidad y, a ratos, carece de especificidad. A pesar de que en su elaboración hayan participado notables académicos, en mi opinión está sujeto a las mismas consideraciones que hiciera Raymond Aron sobre el manifiesto del Partido Comunista: es un texto no científico que contiene ideas científicas; en otras palabras, un folleto de propaganda. Todo esto, por supuesto, no significa que el manifiesto no tenga pertinencia filosófica ni económica. Sin embargo, es esperable que en la izquierda consideren neoliberal el llamado a la legitimidad del lucro o que algunos liberales traten de conservadores o religiosos los esfuerzos por situar a la familia como un eje central en el desarrollo humano y social. Asimismo, no sería raro que a más de algún empresario le parezca poco riguroso o populista considerar la concentración del poder económico como una amenaza. Lo que aquí se debe entender, en rigor, es que este trabajo es un esfuerzo político en toda su dimensión y su mérito descansa en la oportunidad que brinda para una política desgastada en discusiones de sordos.
Este documento no sólo nos invita a reflexionar, sino que manifiesta una realidad insoslayable: que en la buena política se puede trazar un terreno común para debatir con sensatez y honestidad. El llamado es, entonces, a dialogar en este terreno y a evitar los reduccionismos y trincheras que tanto han debilitado a las instituciones y a la política nacional.
Por Andrés Berg, investigador Fundación P!ensa
FOTO: VICTOR PEREZ/AGENCIAUNO