En una segunda vuelta electoral histórica, la oposición argentina encabezada por el ingeniero civil, empresario y ex presidente de Boca Juniors, el club de fútbol más popular de Argentina, Mauricio Macri, se impuso sobre el candidato oficialista Daniel Scioli, peronista, también empresario y ex deportista, en una victoria estrecha, por 2,8 puntos porcentuales. Con la promesa del cambio, Macri logró la mayoría absoluta (51,40%) para derrotar a la estrategia del miedo que adoptó Scioli (48,60%) y asumirá en la Casa Rosada el próximo jueves 10 de diciembre, poniendo fin a una era de 12 años de gobiernos kirchneristas y la administración de la Presidenta Cristina Fernández. Concretar su programa de reformas no será una tarea fácil: tendrá que ofrecer gobernabilidad después de una elección que refleja un país dividido en dos, con minoría en ambas cámaras, el poderoso sindicalismo argentino controlado por los peronistas y preservando la cohesión en las fuerzas que apoya su coalición Cambiemos.

Junto con Scioli, tal como ocurrió en la primera vuelta, las empresas encuestadoras fueron de nuevo derrotadas. Pudieron anticipar el triunfo de Macri, pero ninguna, ni siquiera en los sondeos de boca de urna o los recuentos de las mesas testigo, pronosticó que su ventaja sobre el oficialista iba a ser de 700 mil votos en un total de 25 millones de votantes. Al parecer, esta deficiencia se origina tanto en la debilidad de la capacidad predictiva de los sondeos telefónicos en los sectores de bajos ingresos, como en la existencia de un voto peronista “vergonzante”, en que frente al aura triunfalista de la campaña de Macri, cuando eran consultados, algunos votantes de Scioli preferían esconder su preferencia.

La segunda variable que se debe examinar en una elección después de determinar quién ganó, algo que hacen las urnas, es cómo fue la victoria. En un balotaje, legalmente el triunfador es quien consigue un voto más que su contrincante. Pero en términos políticos es muy diferente imponerse con una ventaja abrumadora, de casi 10 puntos porcentuales, como alcanzó a tener Mauricio Macri cuando recién partía el escrutinio y todavía no eran contabilizados los votos de la provincia de Buenos Aires, a terminar con una victoria que, en promedio, fue de siete votos en cada una de las 94.956 meses que hubo en el país. Macri ganó porque se quedó con algo más de seis de cada 10 votos del tercero en discordia, Sergio Massa, quien tras alcanzar el 21,4% en la primera vuelta respaldó la alternativa del cambio.

El mapa electoral muestra que Macri logró imponerse en forma aplastante en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires -su territorio abarca hasta la autopista avenida General Paz, la gran circunvalación de la metrópolis, y el Riachuelo hacia el este-, donde es jefe de gobierno desde 2007, recibiendo un premio a su gestión; en Córdoba, la segunda provincia más poblada de Argentina, donde triplicó a Scioli, y en Santa Fe y Mendoza, la tercera y cuarta provincias en términos demográficos. Macri perdió estrechamente, por 2,2 puntos porcentuales, en la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, y en forma amplia en Tucumán, la quinta provincia argentina por su población.

La clave de la victoria de Macri se concentró en la zona central del país, la más poblada, mientras que, como se esperaba, Scioli ganó en la mayor parte del territorio del sur y norte del país y en la provincia de Buenos Aires. Desde el punto de vista electoral, en primer lugar Macri pudo imponerse gracias a su desempeño en Córdoba, donde logró más de 900 mil votos de ventaja sobre el candidato oficialista, debido a las divisiones del peronismo en esa provincia y al voto de castigo que allí hubo a Cristina, y en la ciudad autónoma de Buenos Aires, donde logro más de medio millón de votos sobre su contendor. En segundo término, Macri ganó porque el triunfo de su adversario en la provincia de Buenos Aires fue más estrecho de lo esperado. En otras palabas, Scioli podría haber ganado si en la provincia donde él fue gobernador en los últimos ocho años hubiese aventajado a su contendor por seis puntos porcentuales más; le faltaron votos en su provincia.

Desde una perspectiva más sociológica, hubo un voto que reflejó los sectores socioeconómicos. Macri ganó donde debía hacerlo, por su programa y la coalición que lo acompaña, en los sectores de altos ingresos y capas medias, donde predomina la modernidad, y su derrota en los sectores de bajos ingresos fue estrecha. En cambio, Scioli, triunfó en la llamada “Argentina profunda”, aquella que pocos turistas conocen, pero el margen que consiguió ahí fue insuficiente para contrarrestar la ventaja de Macri.

En suma, los argentinos instalan a Macri en la Casa Rosada, pero no le otorgan un cheque en blanco y el resultado tampoco significa un certificado de defunción para el peronismo. La victoria estrecha permite cambios, pero probablemente de menor profundidad de lo previsto, en que es factible una intensificación de la efervescencia política. Se abre un escenario nuevo en que Cambiemos deberá sacrificar parte de sus reformas para negociar su aprobación, mientras el peronismo buscará recomponerse y redefinir sus liderazgos, en una disputa en que Cristina Fernández, la Presidenta saliente, desempeñará un papel determinante. ¿Podrá el peronismo, una fuerza política que ha reunido en su interior desde la extrema derecha a la extrema izquierda y que ha gobernado Argentina desde fines de 2001, subsistir sin deterioro al no contar con el apoyo estatal? Su pasado de resiliencia sugiere una respuesta afirmativa.

 

Manuel Délano, Profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.

 

FOTO: FANPAGE DE MAURICIO MACRI

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