La implementación de un Estado Plurinacional reemplazará el antiguo anhelo de cohesión social, por más confrontación. Como señalaba en una columna anterior, ser chileno significa reconocer múltiples realidades culturales y adversidades, pero siempre bajo un manto institucional común encarnado en un Estado unitario. Así, la Plurinacionalidad transformará la experiencia vital de cada chileno y chilena en este país.
Si cada realidad étnica o regional supondrá una pretensión de reconocimiento en toda su extensión, como plantea la Plurinacionalidad, Chile será un país institucionalmente atomizado y socialmente dividido, que obligará a aquellos ciudadanos que se perciben como chilenos a identificarse con una ascendencia étnica en particular, aun cuando eso resulte forzoso, promoviéndose la diferenciación por sobre la integración y un nacionalismo mal entendido que incentivará diferencias superadas: ¿Sólo las naciones del norte tendrán acceso a la riqueza natural de los minerales? ¿Sólo los del sur podrán gozar de cierta mayor abundancia de recursos hídricos que escasean en el país? ¿Podrá la nación mapuche demandar mayor representación asegurada solo por ser numéricamente superior a las otras?
Al mismo tiempo, para su implementación, la Plurinacionalidad exigirá enormes esfuerzos a un Estado ya sobre exigido. A diferencia de otros países como Estados Unidos o España, que han existido siempre con formas más autonómicas de organización, tales como estados o comunidades, nuestro país carece de esa realidad. Esto presenta hoy importantes desafíos: superar el centralismo, proteger el ambiente a lo largo del país o tener más deferencia con la realidad cultural de descendientes de pueblos originarios. Sin embargo, implementar instituciones y sistemas propios para cada identidad nacional, como los educativos, de justicia e incluso de medicina propia, suplantará necesidades apremiantes por otras que no lo son: ¿Por qué no, en vez de promover más de 10 sistemas distintos de justicia, robustecer el Poder Judicial nacional con miras a atender de mejor manera a mujeres que no reciben oportunamente las pensiones alimenticias o que requieren una medida de protección ante violencia ejercida en su contra sin distinguir la etnia con que se identifican? ¿Por qué no, en vez de forzar el aprendizaje de lenguas locales, promover de una buena vez los idiomas de nuestros principales socios comerciales en el mundo, generando así mayores oportunidades para niños y jóvenes?
El Estado Plurinacional cambiará en este sentido la experiencia de ser chileno. En primer lugar, forzando la adscripción a identidades atomizadas y relegando a un segundo plano la nacional. Asimismo, suplantando muchas de las necesidades más apremiantes de chilenos vulnerables para cumplir con la urgencia de implementar institucional, material y legalmente la existencia de cada nación que lo conformará. Más preocupante resulta todavía saber cómo actuará cada “nación” ante sus elementos más radicalizados: ¿Podrá la Plurinacionalidad justificar un uso atomizado de la fuerza? ¿Se tolerarán sistemas de policía o defensa diferenciados?
No hay en este proyecto un país más cercano y equitativo, sino una organización tribal en que cada grupo, ensimismado y tendiendo al hermetismo, velará solo por su propio interés.
*Sebastián Torrealba es ex diputado.