El país ha entrado en un período de decisiones difíciles. La desaceleración de la economía se ha tomado la agenda pública. Chile, este año, estará entre los países de América Latina que menos incrementarán su PIB. Más allá de la discusión sobre las causas del frenazo -externas y/o internas-, la amenaza de un retroceso golpea la puerta, con su secuela de cesantía y desánimo.

En ese cuadro, la intervención de Ricardo Lagos ha sido oportuna y significativa por varias razones.

En primer lugar, nos llama a todos a levantar la mirada y percibir algunos de los principales desafíos de la sociedad chilena en el mediano y largo plazo: la escasez energética, los cambios demográficos, la explosión urbana y el calentamiento climático. Pero al mismo tiempo, nos dice que si tenemos un diagnóstico compartido será más fácil colaborar para superar las dificultades del presente. En un país que tiende a escapar de la realidad para refugiarse en las ideologías, es decir, en principios generales e irrefutables transformados en creencias, parece oportuno un campanazo de alerta.

El ex presidente ejemplifica su actitud refiriéndose a lo más concreto: la infraestructura del país. Muestra lo que se ha avanzado, refutando de pasada cualquier veleidad refundacional. Señala lo que falta por construir y ejemplifica con algunas preguntas elocuentes: ¿cuál será el gran puerto exportador de América del Sur hacia el Asia?, ¿cómo organizar el gran polo urbano formado por Santiago, Valparaíso y Rancagua?, ¿cómo descongestionar el metro?

Y categóricamente afirma: ¡sí, se puede! Apela a las energías dormidas de la sociedad chilena. Se queja de la falta de decisión política para emprender la tarea. Lanza un reto al Gobierno, que no supo prever la magnitud de la crisis en ciernes, y a los empresarios que creyeron las cifras de fantasía de la administración anterior. Pero más que señalar culpables, lo importante es diseñar una ruta y ponerse en marcha.

El anterior gobierno de Michelle Bachelet, frente a la crisis del 2008, diseñó una política anti-cíclica que se demostró eficaz: detuvo la pérdida de empleo, activó la economía y echó las bases de una recuperación que no tardó en llegar. Hubo capacidad política para mirar de frente la realidad y fijar nuevas prioridades. La Presidenta lo explicó al país, la gente le creyó y le agradeció su sinceridad y su coraje, premiándola con la popularidad y el cariño con los que terminó su primer mandato.

Hoy, el problema no es de la misma envergadura, pero no por eso puede ser menos corrosivo. El consumo y el empleo son muy apreciados por las personas. Forman parte de su seguridad cotidiana y de su forma de vivir. Sobre todo cuando ellos han ido en constante progreso por el mayor poder adquisitivo de los salarios. La gente rechazaría cualquier desajuste significativo entre el ciclo económico, el discurso político y la acción gubernamental u opositora.

Tenemos a la vista lo sucedido a los gobiernos de España, Portugal y Grecia, que no detectaron a tiempo el peligro de la crisis. También los vaivenes del gobierno socialista francés que ha terminado por imponer un rígido esquema de austeridad pública, favoreciendo la inversión y la creación de empleos, lo que se ha traducido en un reciente ajuste ministerial. Esto, siguiendo los pasos de lo que años atrás hizo el SPD guiado por Gerhard Schröder en Alemania, cuando impulsó la llamada Agenda 2010, redefiniendo en parte el Estado de bienestar. En América Latina, el gobierno brasileño del Partido de los Trabajadores se empantana en una economía que no crece, para no hablar de la situación argentina.

Para superar la crisis, es importante que el Gobierno -de hecho comienza a hacerlo- reafirme su compromiso con el crecimiento, la inversión y la defensa del empleo como uno de los ejes principales de su programa. Las transformaciones en materia educacional, de salud y las propiamente políticas deben diseñarse, debatirse e implementarse de un modo tal que puedan contribuir a crear ese clima de unidad nacional que la agenda público-privada exige. Por algo el vocero del Gobierno ha dicho que existe plena sintonía con lo expresado por Ricardo Lagos.

La oposición, por su parte, debe adoptar una actitud de colaboración manteniendo su perfil propio, como lo hizo cuando algunos de sus líderes más significativos hablaban de «bacheletismo aliancista». La única forma de presentarse legítimamente como una alternativa viable de gobierno es mostrando responsabilidad en las horas difíciles.

Pero sobre todo, es importante el comportamiento de los sectores sociales: de los trabajadores, los emprendedores, los consumidores, los estudiantes y profesores, es decir, de la gente en general. Ellos serán exigentes al momento de juzgar la actitud de quienes toman las decisiones relevantes que marcan el rumbo del país y afectan sus vidas, anhelos y proyectos.

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

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