Los últimos días hemos escuchado mucho acerca de los niños transgénero —también llamados “trans”—, a partir de los dichos de un candidato a la Presidencia. Vale la pena, sin embargo, salirse un momento de la lógica de los votos y ofrecer información fidedigna sobre una realidad que para muchos resulta desconocida.
Un niño o niña trans es ante todo una persona que está viviendo una importante etapa de cambios bio-psico-socio-espirituales —etapa que denominamos infancia—, y que experimenta una incongruencia entre el sexo que siente subjetivamente (o identidad de género) y su sexo biológico. Muchos de ellos desearían poseer un cuerpo acorde a su sentir, fantasean acerca de ello, y por eso mismo suelen sentir rechazo hacia su propio cuerpo. Quede así aclarado que no es un asunto de orientación sexual, como en el caso de las personas que sienten atracción al mismo sexo, sino de identidad de género, y que por lo tanto no debemos confundir ambas situaciones.
La vida de los niños trans no es fácil. Se sabe que ellos sufren 2,5 veces más de depresión y trastornos ansiosos que los niños que sí se identifican con su sexo biológico (Reisner, 2015). Además, se sabe que a lo largo de su vida, el 41% de ellos hará al menos un intento de suicidio (Haas et al., 2014). Si bien es cierto que muchas veces también sufren debido al rechazo y la discriminación, no está comprobado que los altos índices de depresión y ansiedad se deban a ello (Id., 2014). En cambio, nuestra experiencia clínica nos indica que gran parte del sufrimiento proviene de la propia percepción de incongruencia entre el sexo que se siente y el sexo biológico.
Cuando alguno de estos niños manifiesta algún malestar clínicamente significativo, problemas sociales, escolares o familiares debido a la incongruencia mencionada, se realiza entonces el diagnóstico de “Disforia de Género”, según lo estipula el Manual de Desórdenes Mentales (DSM V), herramienta clínica que permite hacer un diagnóstico psicológico de alta validez internacional. La otra herramienta de diagnóstico que se utiliza actualmente se llama CIE-10, y según ésta, el diagnóstico preciso es “trastorno de identidad de género”. Pensamos que el debate no debe centrarse en si este tipo de diagnósticos patologiza o no a los niños trans. Nosotros vemos estos diagnósticos como herramientas que nos permiten describir y discernir una realidad, para a partir de ella tratar de descubrir el mejor modo de ayudarles a disminuir un sufrimiento que está ampliamente constatado.
El sufrimiento de estos niños suele acrecentarse con la llegada de la pubertad, pues la incongruencia entre identidad de género y el sexo biológico se agudiza con las transformaciones propias de esta etapa. Como resultado de los cambios físicos, hormonales y psicológicos de la adolescencia se sabe que entre el 70% y el 98% de los niños que se sienten niñas, y entre el 50% y el 88% de las niñas que se sienten niños, terminarán identificándose en congruencia con su sexo biológico (DSM V, 2014).
En otras palabras, actualmente se sabe que la mayoría de los niños trans no llegarán a ser adultos trans.
Esta evidencia ha sido confirmada por los casos de niños trans que después de haber sido animados a realizar la transición (proceso que implica la modificación del nombre social, la solicitud de un trato según su identidad de género, y en algunos casos, incluso la realización de tratamientos hormonales o quirúrgicos con el fin de armonizar su cuerpo con el sexo que se siente), finalmente han terminado identificándose con el sexo inscrito en su ADN, solicitando revertir todos los cambios realizados. Un medio de prensa inglés difundió hace algunos meses un respetuoso reportaje a un niño australiano que realizó la transición, y que tras dos años quiso volver a ser niño. Una de las dificultades para este segundo cambio consistió en que se le tuvieron que extirpar las glándulas mamarias que le habían crecido debido al tratamiento hormonal.
Este tipo de casos no debe sorprender, puesto que va en la línea de la evidencia mostrada por la psicología del desarrollo infanto-juvenil, según la cual el proceso de conformación de la identidad (dentro de la que se incluye la identidad sexual o de género) termina de completarse recién al finalizar la etapa de la adolescencia. Todas estas situaciones nos confirman que, actualmente, no existe sustento suficiente para pensar que todos los niños que no se identifican con su sexo biológico deban ser animados a realizar una transición.
Es cierto que existen muchos casos de niños trans que en la adultez seguirán siendo transgénero. Estas personas merecen todo nuestro respeto y deben quedar al margen de todo tipo de discriminación. No es necesario agregar más peso a una mochila que suele venir cargada con más sufrimiento que el que experimenta la mayoría de los niños. Sin embargo, para defender la dignidad y el respeto de los niños trans no es necesario negar que una parte importante de ellos dejará de ser trans. Esto sería ser ciegos a una importante realidad, y por lo tanto, también sería un modo de discriminar y de negar la diversidad de nuestros niños.
Esperamos que la actual discusión acerca de los niños trans en nuestro país no desconozca las aportaciones que puede hacer la disciplina psicológica y las investigaciones actuales, no sea que al tratar de defenderse el respeto y la diversidad, paradójicamente, se termine pasando por encima de la dignidad del importante número de niños trans que en la adultez se identificarán con su sexo biológico. Establecer un único camino para todos los niños trans es también un modo de discriminarlos y de negar la diversidad.
Juan Pablo Rojas Saffie, psicólogo